Del sacrificio de uno
mismo
David De los Reyes
Romain Rolland junto a Gandhi
Estos días me puse a leer la
biografía de Gandhi de Romain Rolland[1]. El primero un líder hindú, olvidado en la
confrontación de las políticas nacionales e internacionales actuales; el
segundo un escritor francés, que alentó con su espíritu a muchas generaciones
con sus escritos, como su larga novela Juan
Cristóbal, o aún la menos recordada biografía de Beethoven en siete tomos,
obras hoy que sirven sólo para eruditos, estudiosos o amantes de la literatura
romántica de principios del siglo XX.
Leyendo esa obra casi periodística del
ascenso de Gandhi por Rolland, me ha suscitado una serie de reflexiones por
todo lo que narra respecto a la acción de la resistencia civil, de la
no-cooperación (con las instituciones del estado colonial británico para su
momento, que era en la década de los años 20 del siglo pasado), y la permanente
inteligencia de reconciliación combativa de Gandhi ante las huestes
colonialistas, donde siempre esgrimió que ni un gesto de violencia o agresión
debían ser despertada en contra del invasor.
Son muchas las frases que pudiera introducir en este escrito, pero las
que quiero comentar son las del mismo Rolland al describir cómo veía el mundo
para ese entonces, un tiempo sombrío, donde había apenas terminado la primera
guerra mundial, junto a sus las matanzas, y las injusticias humanas estaban también presentes.
Pero creo que de manera menor intensas y destructivas como las que podemos leer
todos los días en cualquier tabloide que refleje los cruentos acontecimientos
terroristas y neocolonialistas, psuedo-revolucionarios y fascistas en la
situación mundial.
Para 1920 Rollaind advertía e intuía
que la paz estaba lejos. No abrigaba ninguna ilusión de que el mundo iba para
mejor; vendría una segunda guerra mundial en Europa. En lo transcurrido a lo
largo de su vida sólo había visto mentiras, cobardías y crueldades de la
especie humana, y por ello desconfiaba de un cambio en ella. A todo esto no
dudaba que a su pesar no podía dejar de amarla. Sabía que hasta en los más
viles hay un necio quid Dei, en su
condición mística espiritual.
Para ese momento Europa se encontraba
en crisis, quizás como ahora pero por distintos motivos a los actuales; antes
por el imperialismo nacionalismo de todos los países europeos, ahora por los
manejos fraudulentos de banqueros, financistas y políticos en las economías de
las naciones. Encontraba en su situación que el siglo XX Europa estaba sometida
a un demoledor determinismo por las
condiciones económicas que la aprisionaban. Advertía que a sus ojos eran siglos de pasiones y errores petrificados que
se emergían en torno a las almas de su tiempo, como una dura caparazón donde la
luz no tiene cabida ni paso. Su
concepción mística albergaba en su ser que podían vivirse ciertos milagros del
espíritu. La historia nos demuestra que sus rayos
han alumbrado cielos más sombríos que el nuestro, nos dice. Y echa
mano a una cita hindú, proveniente del eco del tambor de Shiva: El Maestro-Danzarín, que empeña su mirada
devoradora y refrena sus pasos para salvar al universo del retorno del abismo,
el cual es uno de los extractos más antiguos de la invocación a ese dios.
Hombre de fe, hombre religioso,
hombre devoto, pero comprende lo que le rodea. Las fauces de los tiburones asechan no
en los mares sino en ciertos dirigentes en los gobiernos a nivel mundial. He
ahí su protesta contra la realpolitiker
de la violencia (tanto revolucionaria como reaccionaria, ninguno se escapa a
cebar las mismas ideas de destrucción civil por ideales absurdos). Y está
seguro que todos ellos se mofan de esa fe, lo cual no es otra cosa que mostrarnos
la ignorancia que poseen de las profundas realidades humanas. Pueden reírse de
él, y les dice que se rían si quieren, pero él siente esa fe. La experimenta
escarnecida o perseguida en Europa; hoy pudiéramos decir que en Latinoamérica,
en el Medio Oriente, en África, o en la China continental y parte de los países
del Pacífico. Sabe que son pocos los
hombres de fe auténtica, no somos más que
un puñado. Pero aún si él fuese el único,
y en esto podemos acompañarlo junto a su tumba, comprende que lo propio
de la fe -lejos de negar la hostilidad
del mundo- es reconocerla y creer, aún contra ella.
No es una fe monoteísta y de
religiones idólatras o de libros santos…,
la cual siempre termina en venganza del otro, es una fe que debe crecer en el
pecho de cada quien por su búsqueda de una pureza en su ser. Es una fe en tanto combate centrada en la
no-violencia. La no-violencia es el más
duro de los combates, es su afirmación y nuestra mirada puesta en alerta.
Pues ello significa que el camino de la paz no es el de la debilidad. Tenemos
que ser más enemigos de la debilidad que de la misma violencia. Nada vale sin
voluntad, sin fuerza, ni el mal ni el bien. Y
más vale el mal completo, que el bien enmasculado. No al pacifismo quejumbroso pues es mortal
para la paz; es una cobardía y una falta
de fe. Por ello, ante los tiempos que nos ha tocado vivir a muchos de nosotros, en países llenos
de injusticias, crimines, incapacidad gubernamental, represión, acoso, lavado de
mentes, propagación de ideologías retrógradas, tecnologías neo-esclavistas del
espíritu, nos queda reflexionar sobre sus palabras.
En su escrito sobre la lección que
sacamos de Gandhi nos habla que a
todos aquellos que no creen o que temen
ante lo que hay que afrontar que se retiren! El camino de la paz es el del sacrificio de uno mismo, ¡nada más y
nada menos! Por ello apenas podemos decir que comenzamos a comprender y
aprender a no perder el coraje por la vida que construya la comprensión y la paz
entre los hombres y los pueblos. ¡Cuánto no queda por hacer en nosotros mismos!