martes, 31 de enero de 2017

HOMBRE SUPERIOR



La filosofía oriental china antigua se preguntó por el hombre superior. Es  uno de los temas insistentes. Sea en las voces de Lao-Tse, Chuang Tzu o Confucio. Cada uno  en su estilo, cada uno a su manera. Pero les resultaba difícil hallar ejemplos de hombres verdaderos. Quizás cada uno de ellos fue un modelo particular de esa búsqueda, pues sólo el hombre superior puede alcanzar ese estado.  Es por ello que tal tipo de hombre no intenta criticar  a las personas por lo que falla en él mismo, y no avergüenza a las personas por sus faltas. Quien no es un hombre verdadero no puede soportar ni la pobreza ni la prosperidad por mucho tiempo. Su felicidad la encuentra viviendo de acuerdo con los principios del encuentro con su propia verdadera naturaleza humana, nos dicen esos maestros antiguos, hasta Sócrates inclusive en el mundo helénico. Este vive dentro de ese cerco natural, para el hombre meramente ordinario piensa que es ventajoso hacerlo así. El hombre verdadero realiza su vida sin un curso de acción preconcebido y sin ningún tabú, pues todos son productos del error de la mente humana y de una circunstancia determinada que implica poder.  En su mirada al mundo decide que es correcto hacer lo que está haciendo en el momento. Los hombres que dicen ser santos son los ladrones de la virtud.

¿Una descripción de este tipo de hombres prácticamente fuera de este mundo? Nos la da Chuang Tzu al advertir que si hay hombre de  virtud perfecta notamos que cuando descansa, no tiene pensamientos; al entrar en acción, no posee ansiedad. Su preocupación por el bien y el mal es nula pues no reconoce, como nosotros, lo qué es bueno y qué es malo de forma unilateral. Los otros hombres se adhieren a él como niños que han perdido a sus padres, se colocan a su alrededor como cansados viajeros que han perdido su rumbo. Poseen riquezas que ahorran, sin saber muy bien de dónde provienen.  Tienen para satisfacer su alimentación y sus necesidades vitales pero no se esfuerzan en saber quién las suministran. Es así que en tiempos  que llaman de   “virtud perfecta”, que por lo general siempre la encontramos en la imaginación mítica de los pueblos en un pasado bastante lejano, estos hombres buenos no son apreciados; el talento no es visible. Los gobernantes son reconocidos como simples guías y el  hombre común son tan libros como siervos salvajes. Su honradez  está presente sin tener consciencia de sus compromisos para con sus vecinos. Su aprecio es mutuo sin ser tener presentes que hacen caridad a otros.  Son verdaderos sin saber que obran de buena fe. Es un hombre sin huellas y sus asuntos no esperan que pasen a la posteridad. Se concentran en el presente y lo disfrutan en la simplicidad del flujo eterno.