Gobierno de hombres o de leyes
David De los Reyes
La condición de los políticos en los países en vías de desarrollo no ha cambiado mucho respecto al siglo pasado. Dictadores con golpes bajo la manga, presidentes que han sido elegidos prácticamente para siempre manejando el sistema de votación, tiranías que han usurpado el poder manipulando a las mayorías, jefes de Estado que han heredado el mando por vía familiar, son algunas de las formas de gobiernos que se establecieron ya antes, pero siguen manteniéndose en estos países. Son aquellos gobierno que ya los griegos llamaron como gobiernos de hombres, los cuales se contraponían al régimen constitucional republicano, el cual se distingue por ser un gobierno de leyes. ¿Hombres o leyes? Para la mentalidad de las masas ignorantes del presente, junto a un fanatismo religioso-ideológico a cuestas, poco están dadas para aceptar, acatar y hasta comprender un gobierno o un estado que proceda mediante un mandato legal, un ejercicio ecuánime de encaminar la dirección y el sentido del orden público y político mediante el instrumento de las leyes; la incapacidad de la abstracción les impide manejarse en un orden que procede de palabras invisibles, que no se ven, pero que dan orden y forma a una sociedad.
Para nuestro mundo habitado por unas mayorías informadas por el permanente ruido de los medios de comunicación, más que formadas para emitir un juicio autónomo de su situación política, podemos prever su elección por el mandato de un hombre por encima de ellas, donde la condición de un führer, un jefe, un líder, un duce, un caudillo, en gendarme necesario es el modelo perfecto, algo más concreto y significativo que el cumplir, conocer y comprender leyes, es decir, el saberse limitar sus acciones por la norma pautada por el bien colectivo a construir. La legalidad se encuentra puesta de lado. El poder lo ejercerá el hombre embriagado de poder que, a su vez, embriagará a las masas, dándoles dirección y sentido a sus vidas mediante promesas que pueden ser cumplidas a medias u olvidadas para siempre si viene el caso. Las masas les gusta ver un fabuloso disneilandia, igual que el burro observa adelante la zanahoria. El político hegemónico viene a sostener inflados los pechos de la emoción mayoritaria creando las patologías de los odios y las diferencias entre los habitantes de un estado, propiciando un régimen de violencia e inseguridad permanente, caldo de cultivo para tener control y justificar represión de forma continua por las calles.
Pero pareciera que si para los países de Suramérica o de África sus condiciones políticas están referida a lo dicho, (véase el caso de Cuba, Namibia, Venezuela, etc.), no pareciera ser para países que están en torno al eje árabe, como han mostrado, hace poco, los hechos sucedidos en el medio oriente: Siria, Egipto o Libia. Este último país es un ejemplo perfecto de revolución (o involución, pudiéramos decir), tiránica, es decir, aquella ejercida por un militar investido con poderes absolutos por encima de cualquier constitución, reduciendo su mandato en función de sus intereses propios. Así un militar que pretendió llevar a cabo una revolución de librito (el Libro Verde circuló por muchas partes y ambientes políticos de izquierda en Suramérica), que triunfó contra un régimen de opresión, al cabo de unos años se convierte en otro igual, en un régimen de opresión, tanto para los que simpatizan con el nuevo mecenas político –y que dicen que viven bien- como para los que no –que dicen que viven bajo una tiranía. La caída de un tirano como Kadafi, vista su muerte a través de las imágenes amarillistas de la prensa internacional, muestra que el mundo se sigue moviendo. Y no hay régimen que dure cien años, (aunque el de Fidel Castro lleve más de cincuenta años en la escena tropical y, gracias a ser una isla y controlar medios de comunicación, movilidad personal, producción económica, junto a una notable represión familiar, seguir con un alucinado e impopular ejercicio del poder).
Los países en la era de la globalización se ven afectados por los cambios que se van operando en torno a y dentro de ellos, por esa fuerza cultural, científica y económica que, como diría uno de sus profetas del siglo XIX, no deja nada intacto (Marx). Todo lo que toca a su paso, para bien o para mal, se transforma y nos lleva a convivir bajo una sensación de interdependencia mutua global. Interdependencia desde los niveles más bajos de la cotidiana individualidad hasta de la convivencia compartida entre pueblos con diferencias culturales. Sin embargo nos causa cierta perspicacia su dinámica. No sé qué efecto pueda tener para contrarrestar la constante fatalidad de los gobiernos de hombres y no de leyes. Observamos que a veces más que ser un obstáculo la globalización para su sostenimiento, es una condición para perpetuar esa manifestación nefasta para los hombres y pueblos evolucionados políticamente. La globalización no tiene muy en cuenta la política, sólo se detiene ante el flujo económico de productos y capitales; observa la política mientras sea proclive para sus intereses. Por ello muchas veces las ganancias externas e internacionales son el instrumento de apuntalar los regímenes nacionales que aspiran a permanecer sin alternancia en el poder. Sin embargo, como bien ha dicho los ejemplos de la historia, pueblo en hambre no permanece tranquilo, y si a ello se le añade la supresión de las libertades, la reducción de la capacidad para generar riqueza, de un férreo control de movilidad social, y una permanente reducción de la calidad de vida, lleva a que a los tiranos del momento se les mueva el piso, a pesar de la reducción ilusoria a una pobreza igualitaria para la mayoría que es lo que llaman por igualdad y libertad. Sin embargo nuestro horizonte persigue a los gobiernos que se levantan sobre dos botas con cachucha y no sobre el estandarte de unas leyes comunes, ejercidas equitativamente por el pode judicial.
Pensamos que los Kadafis tiranos existentes de hoy, que han perdido el sentido de las exigencias y de la oportunidad de su momento, le quedan pocos días para seguir sometiendo a países que buscan respirar de una vez el aroma de la libertad y obtener un cambio significativo que mejore y dignifique su vida. Lo demás es ideología política, es decir, religión institucionalizada por otros medios.