Schiller
o
el entusiasmo por el individuo.
David De los Reyes
Foto de Sebastian Salgado
La
figura de Frederich von Schiller (1759-1805) ha crecido con el tiempo
y más en épocas donde la liberación del individuo y, por ende, de la sociedad
se confunde con modelos totalitarios,
como es el caso de nuestra realidad tropical venezolana. Hoy a más de doscientos
años de haber pasado al recinto donde habita el silencio encantado de la muerte
podemos seguir preguntándonos ¿quién fue
este poeta, dramaturgo y
filósofo? se podrán interrogar algunos. Seguramente se recordarán de él gracias
a otro genio, me refiero a la “Oda a la Alegría ” en la Novena Sinfonía
del sordo Beethoven. Pero el idealista Schiller fue más que el creador de una
simple oda impregnada de buenos sentimientos a la humanidad.
Compañero
de Hörderlin y Hegel, sin él el
movimiento artístico del romanticismo no estaría completo. A la filosofía del idealismo
alemán le faltaría una pieza primordial. A la literatura y el teatro universal uno de los más frondosos y complejos representantes. Pero si cultivó
todo eso su profusa obra, no deja de
asombrarnos su fuerza del querer irrumpir al mundo mediante el entusiasmo y su mensaje por el
arte y del pensamiento estético, a través del cual bregó a lo largo de su corta
vida (45 años), asediada por una débil
salud, producto de una malaria mal curada,
junto a los vaivenes de su precariedad económica.
A los trece años lo inscriben en la Academia Militar
y gracias a ello encuentra su destino: halla en la literatura y en la escritura
la puerta de escape al aburrido, árido y romo
mundo del cuartel; claro está que no es un buen ejemplo de inteligencia
militar. Ante la rigidez de la disciplina castrense se revela gracias al arte, creando una primeriza y original creación
libertaria y subversiva, Los Bandidos.
Temeroso de ser reprendido por sus
¿correctos oficiales superiores? no le queda otra cosa que desertar y
comenzar su aventura artística literaria. En fin: “La palabra es libre; la acción, muda; la obediencia, ciega”.
Es así que frente a los cultores del
patetismo democrático populista teñido de sentimiento patriótico de moda,
podemos anteponer su idea de cultura. Aunque sus ámbitos son la Alemania de finales del
siglo XVIII, no dejan de tener interés sus
planteamientos de romántico ilustrado. Bien dijo que la grandeza de una
nación no radica en la política, ese tinglado de buhonería ideológica, de
romerías de intereses privados en lo público y
pillastres vendiéndose al mejor postor, y que fortuitamente llegan a
tener aciertos sociales. Lo interesante
de un pueblo está en su cultura en tanto
apropiación individual, en cómo desarrolla sus formas y en comprender que en el arte podemos encontrar un
sentimiento estético de libertad gracias
a la apariencia real de la obra artística individual.
No es casual que uno de sus
planteamientos más conocidos esté en su “Carta sobre la Educación Estética ”, la cual
proponía su plan civilista ante la barbarie, su sentimiento de cordialidad ciudadana ante la indiferencia y lo
disoluto del rebaño. La civilización
pasa por nuestra interioridad y sólo desde el balcón de la subjetividad se puede alcanzar cierta libertad y
entusiasmo para la construcción ciudadana.
Más que un tirante deber moral
está presente un querer moral y estético personal.
Su programa no era de fácil hacer,
tampoco muy comprensible para los
jirones de nuestra humanidad actual. Sin embargo sigue siendo antorcha de
ejemplo, luz de camino, faro para el
individuo. Fomentar la libertad a través
de la cultura y civilización que carguemos en nuestras alforjas personales fue su propuesta; convertir al individuo en un
todo minúsculo gracias a una educación estética, con el cual el hombre sienta un nexo de sentido cerrado con él a partir del desarrollo de todas sus fuerzas: sensibilidad, entendimiento y sentimiento, fomentando la dignidad
individual soberana.
Schiller no estaría inscrito a ninguna
revolución cultural panfletaria. Hemos dicho
que su propuesta no es de fácil digestión, requería esfuerzo y no es posible exigir a nadie lo que nadie
quiere hacer sin convicción, pues atenta contra la propia libertad. Supo que no
podía aspirar a una amplia difusión
social dicha educación individual, como
tampoco esperaba que gracias a ello impulsar un gran cambio en la escabrosa realidad. Su propuesta estaba
dirigida a aquellos que por los momentos desean que su vida sea algo más que trabajar, consumir y funcionar en el engranaje social. Gracias al arte comprendemos que la vida puede contenerse entre
reducciones y limitaciones y ese era el escenario para la transformación del
individuo. Las obras de arte que merecen ese nombre nos dan sentido de límite,
de frontera y es gracias a ello que nos
permiten traspasar a una amplitud abierta subjetiva. El sentido del querer estético nos remite a obtener
placer de nuestra fragmentada
soberanía personal.
Schiller nos orienta a una intimidad
entusiasta, a buscar nuestra pluriversalidad individual ante un mundo desmadrado hacia una realidad ficcional sin límites dentro de la pululación
cultural global. Comprender que la
verdadera vida es la individual, que
frenar el tiempo del mundo es retener el ser absorbido nuestro tiempo y libertad personal, he ahí
una premisa que nos gusta olvidar.