miércoles, 11 de julio de 2012


Schiller 
o el entusiasmo por  el individuo.
 David De los Reyes

 Foto de Sebastian Salgado


La figura  de Frederich von  Schiller (1759-1805) ha crecido con el tiempo y más en épocas donde la liberación del individuo y, por ende, de la sociedad se confunde con modelos  totalitarios, como es el caso de nuestra realidad tropical venezolana. Hoy a más de doscientos años de haber pasado al recinto donde habita el silencio encantado de la muerte podemos seguir preguntándonos ¿quién fue  este  poeta, dramaturgo y filósofo? se podrán interrogar algunos. Seguramente se recordarán de él gracias a otro genio, me refiero a la “Oda a la Alegría” en la Novena Sinfonía del sordo Beethoven. Pero el idealista Schiller fue más que el creador de una simple oda impregnada de buenos sentimientos a la humanidad.
Compañero de Hörderlin y Hegel, sin él  el movimiento artístico del romanticismo  no  estaría completo. A la filosofía del idealismo alemán le faltaría una pieza primordial. A la literatura y el teatro universal  uno de los más frondosos  y complejos representantes. Pero si cultivó todo eso  su profusa obra, no deja de asombrarnos su fuerza del querer irrumpir al mundo  mediante el entusiasmo y su mensaje por el arte y del pensamiento estético, a través del cual bregó a lo largo de su corta vida  (45 años), asediada por una débil salud, producto de una malaria mal curada,  junto a los vaivenes de su precariedad económica.
         A los trece años lo inscriben en la Academia Militar y gracias a ello encuentra su destino: halla en la literatura y en la escritura la puerta de escape al aburrido, árido y romo  mundo del cuartel; claro está que no es un buen ejemplo de inteligencia militar. Ante la rigidez de la disciplina castrense se revela gracias al arte,  creando una primeriza y original creación libertaria y subversiva, Los Bandidos.  Temeroso de ser reprendido por sus  ¿correctos oficiales superiores? no le queda otra cosa que desertar y comenzar su aventura artística literaria. En fin: “La palabra es libre; la  acción, muda; la obediencia, ciega”.
         Es así que frente a los cultores del patetismo democrático populista teñido de sentimiento patriótico de moda, podemos anteponer su idea de cultura. Aunque sus ámbitos son la Alemania de finales del siglo XVIII, no dejan de tener interés sus  planteamientos de romántico ilustrado. Bien dijo que la grandeza de una nación no radica en la política, ese tinglado de buhonería ideológica, de romerías de intereses privados en lo público y  pillastres vendiéndose al mejor postor, y que fortuitamente llegan a tener aciertos sociales.  Lo interesante de  un pueblo está en su cultura en tanto apropiación individual, en cómo desarrolla sus formas  y en comprender  que en el arte podemos encontrar un sentimiento estético de libertad  gracias a la apariencia real de la obra artística individual.
         No es casual que uno de sus planteamientos más conocidos  esté en  su “Carta sobre la Educación Estética”,  la  cual proponía su plan civilista ante la barbarie, su sentimiento de  cordialidad ciudadana ante  la  indiferencia  y  lo disoluto del rebaño.  La civilización pasa por nuestra interioridad y sólo desde el balcón de la subjetividad  se puede alcanzar cierta libertad y entusiasmo para la construcción ciudadana.  Más que  un tirante deber moral está presente un querer moral y estético personal.
         Su programa no era de fácil hacer, tampoco muy comprensible para  los jirones de nuestra humanidad actual. Sin embargo sigue siendo antorcha de ejemplo, luz de camino,  faro para el individuo. Fomentar la libertad  a través de la cultura y civilización que carguemos en nuestras alforjas personales fue  su propuesta; convertir al individuo en un todo minúsculo gracias a una educación estética, con el cual el hombre  sienta un nexo de sentido cerrado con él  a partir del desarrollo de todas sus fuerzas:  sensibilidad, entendimiento y  sentimiento, fomentando la dignidad individual soberana.
         Schiller no estaría inscrito a ninguna revolución cultural panfletaria. Hemos dicho  que su propuesta no es de fácil digestión, requería esfuerzo y  no es posible exigir a nadie lo que nadie quiere hacer sin convicción, pues atenta contra la propia libertad. Supo que no podía aspirar a una amplia  difusión social  dicha educación individual, como tampoco esperaba que gracias a ello impulsar un gran cambio  en la escabrosa realidad. Su propuesta estaba dirigida a aquellos que  por los momentos  desean que su vida sea algo más que  trabajar, consumir y funcionar  en el engranaje social.  Gracias al arte comprendemos  que la vida puede contenerse entre reducciones y limitaciones y ese era el escenario para la transformación del individuo. Las obras de arte que merecen ese nombre nos dan sentido de límite, de frontera y es  gracias a ello que nos permiten traspasar a una amplitud abierta subjetiva.  El sentido del querer estético nos remite a  obtener  placer de nuestra  fragmentada soberanía personal.
         Schiller nos orienta a una intimidad entusiasta, a buscar nuestra pluriversalidad individual  ante un mundo desmadrado hacia una  realidad ficcional sin límites dentro de la pululación cultural global. Comprender que  la verdadera vida  es la individual, que frenar  el tiempo del mundo  es retener el ser absorbido  nuestro tiempo y libertad personal, he ahí una premisa que nos gusta olvidar.  

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