martes, 28 de enero de 2020

Beethoven y sus últimas palabras

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A 250 años del nacimiento de Beethoven (1770-2020), pongamos las últimas palabras en su lecho de muerte, casi moribundo:


"Todos nos engañamos, pero cada uno de modo diferente"

¡Cual viejo Rey Lear!
Propuesta para cambiar la ciudad y al mundo
David de los Reyes

Johann Heinrich Wilhelm Tischbein - Goethe in der roemischen Campagna.jpg
Foto: Goethe en la campiña romana, 1787. Óleo de Johann Heinrich Wilhgelm Tischbeing

Goethe, cercano a su muerte, alrededor del 10 de marzo de 1832, escribió sus últimas frases en el cuaderno de viaje del joven visitante Siegmund von Arnim, (hijo de su estimada amiga-¿amante? -ahora distanciados-, Bettina Brentano von Arnim), las cuales serían su último adiós al mundo. Palabras que están impregnadas de su póstumo profesión de fe individualista: “Que barra cada quien delante de su casa y todos los barrios de la ciudad estarán limpios” (“Ein jeder kehre von seiner Thür und rein ist jedes Stadquartier”). ¡No lo dudamos!


miércoles, 8 de enero de 2020

De las mentiras y el arte

David De los Reyes

Ante la insoportable destrucción del mundo (por ejemplo lo sucedido en Australia gracias a que el Cambio Climático es una mentira de algunos científicos...), en que nos vemos a cada momento de nuestras mortales vidas, junto a las vulgares mentiras (fakenews) cotidianas de la irrealidad informativa virtual, queda la propuesta de Oscar Wilde en su escrito "La decadencia de la mentira" (1889) de cómo asumir el arte para la vida:


"Mentir, decir cosas hermosas y falsas, es el objetivo 

correcto del Arte"




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Ilustración: Félicien Rops, Pornokratès, 1878.

miércoles, 1 de enero de 2020


Para enfrentar la próxima  década, después del 2020

David De los Reyes

Imagen relacionada
 Vladimir Kush, Amanecer sobre el océano, 2000




Se comienza un década nueva después de este 2020, según los números convencionales del calendario juliano. Una década que deparará cambios profundos según los entendidos en hacer pronósticos. Una década que para otros  la verán como un callejón sin final, o una reducida sección temporal para volver hacer lo de siempre, lo mismo, la rutina, la repetición, el sentir que se crea algo a razón de comprar o consumir algo. Son los hábitos de nuestro tiempo, son las acciones más comunes de nuestro estilo de vida dentro de la vorágine de la globalización y de la profana creencia religiosa de que estamos dentro de una modernidad en la que se puede aspirar a un vivir mejor con sólo nombrarlo, acumularse a la masa social y ventilar con maldiciones a lo que nos oprime sin saber que primero hemos  permitido que nosotros mismos, desde, nuestra propia imaginación, nos oprima. La conciencia es perfecta para automutilarse y reducir las oportunidades de ser y de construir para sí. Todo termina presentándose  desde una interdependencia infinita y vertiginosa, acumulativa y cerrada. Como si nuestro tiempo no es  el de una vida  de esculpir a partir de  nuestras entrañas un carácter verdaderamente independiente o que al menos sentamos que podemos experimentar una naturaleza que pueda ser alejada de la pala mecánica de la tecnología digital. Bien se ha dicho, creo que desde que los  presocráticos salieron al mundo con su nueva, que toda acción tiene un efecto proporcionado y, por ende, nuestro cuido en lo que nos devuelve como reacción. La flor se convierte en fruto, el fruto en semillas, estas en brotes verdes al caer al suelo y morder algo de humedad, volviendo a aspirar dirigir el fin por lo cual existen, dar fruto y votar semillas al suelo una vez más. Es el ejemplo que arrastra el idealismo objetivo hegeliano del siglo XIX y el pensamiento que se ha recostado en los ciclos naturales de la vida orgánica. Es el ejemplo sencillo de causalidad moderna.
Para los cultores del conocimiento interior, es decir, en foro interno, esotérico, será el experimentar, más que pensar, que cuando la mente está en la tranquilidad como la del  espejo del agua en un arroyo, es que nos encaminamos a un estado libre de presiones o de situaciones mentales, emocionales, que perturban nuestro estar y ser, nuestro hacer y haber; libre de ello se suele  adentrarse en una paz personal. Y se obtiene la vivencia  y certeza  que nuestra mente es apacible y libre de dolor (del sufrimiento que provee la imaginación aferrada al yo consumista y en conexión “real” con eso que llamamos mundo exterior).  La filosofía y la meditación nos pueden proporcionar una paz  que se yergue, como semilla que brota, desde nosotros mismos, desde dentro, sin necesidad de buscar o mirar a otro sitio. Es  volverse diestro en leer los signos y afectos conque nuestro ilusorio pensamiento nos detiene o actuamos sobre la vida personal y social. Llegando a percibir una naturaleza incontaminada en el reducto de nuestra consciencia. Con la meditación diaria  podemos instaurar un santuario personal esencial.
Es saber que al cultivar la unidad interior no hay sufrimiento y los conflictos pueden solventarse, pues éstos aparecen donde   en vez de ser uno queremos reafirmar que hay dos. Los conflictos surgen cuando en nuestras mentes aparecen dos personajes en sus pasillos mentales, el otro, que se extiende por los espacios de una mentalidad lineal. La terapia de nuestras psiques, la curación del sufrimiento interior,  desaparece al comprender al sentido real  y natural de nuestra mente. Aceptando que hasta nuestra consciencia ordinaria, que mira fijamente al mundo sin regresarse a mirarse a sí, puede tener elementos altamente curativos; la dualidad común de visión cotidiana puede ayudar a superar la separación, la negación estéril y la inamovilidad a la que nos vemos reducidos por nuestra persistente creencia en que lo de adentro es  más real que la misma vida, que  el mismo devenir permanente de nuestro pensamiento y del suceder de la vida.
En la práctica de la meditación y en nuestra contingente vivencia de las emociones cotidianas, se nos pide un cambio  sencillo pero difícil para los iniciados. Sólo el querer aceptarlo y ponerlo en práctica nos dará el convencimiento de que sí se puede realizar  y construir esa búsqueda de paz personal. Se trata de ir de lo negativo a una actitud positiva, del inherente malestar al bienestar. Una vez sorbido esa posición  existencial en nosotros lo que queda es mantenerla, aprender a conservarla y disfrutarla, de aceptar lo que hemos hallado como una verdad personal. Un resultado que crece al superar y cortar  el amarre y la dependencia de ese yo que creemos infalible e incambiable. Es aceptar que somos nosotros mismos los que sazonamos nuestras emociones, que en principio no son ni buenas ni males. Reconocer que somos  los arquitectos emocionales de nuestros sentimientos. Que dejamos entrar en nuestra corporalidad y mente emociones violentas y destructivas si así lo permitimos. Encausar en lo que es correcto hacer por encima de lo que uno quiere hacer.
Preocuparnos por necesidad reales tanto para nosotros como para  con los demás, es una clave certera en el hacer referido de la vida de logros sustanciales, adentrándonos para ello en la inevitable relación con el mundo que nos rodea  en un presente, en un aquí y ahora.  Ver los aparentes obstáculos más que impedimentos, como momentos de interesantes desafíos que nos retan a ser creativos. Sabiendo que  al perseguir algún objetivo, sea mundano o espiritual, aparecerá el insoslayable apego, amarrándonos a la horca de nuestro egoísmo. La tranquilidad de la vida se nos aparece cuando sabemos qué es lo necesario para nuestro vivir.
Obcecarnos sólo en atender a nuestro cuerpo como fin de la vida y desde su apariencia más no como una conducción de cuidarlo para la salud o como cuidar sólo de posesionar cosas, abandonando el cultivo y el conocimiento, la atención y la concentración de nuestra mente en la vida, o en fijarnos más en atender sólo a nuestra profesión que en nuestro hogar, no  nos lleva a un buen redil vivencial. Contemplamos  sólo a nuestra corporalidad y reducimos nuestra mente a mero instrumento de ese cuerpo, esa espora del cerebro que e adhiere al cuerpo, nos lleva a separarnos de la fuente de la felicidad. Comprender que una vida dichosa, un hogar apacible sólo se obtiene con el cultivo fértil del suelo inamovible de nuestra realidad mental aunado a un certero desapego proporcional.
Comienza pronto una década que iremos a cruzar, y si queremos, en menos de unos meses podemos también iniciar el camino que nos lleve a transitar ese intervalo temporal en el arraigo del desafío inteligente por el cultivo de la meditación y el adiestramiento de nuestra mente al reconocer la verdad del errar, de colocarse en una actitud que supere la negatividad por la positividad, el no por el sí, el sólo poseer por el hacer, el temer por el amar, la vivencia de ser esclavos por la libertad que nos da nuestra tranquilidad y paz que encontramos en el pozo de nuestra conciencia adecuada a un buen vivir, a una comprensión de lo realmente necesario para ese buen vivir. El 2020 es un tiempo de meditación para toda la nueva aventura que se nos yergue  en nuestro futuro.