Para enfrentar la próxima década, después del 2020
David De los Reyes
Se comienza un década nueva después de este 2020,
según los números convencionales del calendario juliano. Una década que deparará cambios profundos según los entendidos en hacer pronósticos. Una década que
para otros la verán como un callejón sin
final, o una reducida sección temporal para volver hacer lo de siempre, lo
mismo, la rutina, la repetición, el sentir que se crea algo a razón de comprar
o consumir algo. Son los hábitos de nuestro tiempo, son las acciones más
comunes de nuestro estilo de vida dentro de la vorágine de la globalización y
de la profana creencia religiosa de que estamos dentro de una modernidad en la que se
puede aspirar a un vivir mejor con sólo nombrarlo, acumularse a la masa social
y ventilar con maldiciones a lo que nos oprime sin saber que primero hemos permitido que nosotros mismos, desde, nuestra
propia imaginación, nos oprima. La conciencia es perfecta para automutilarse y
reducir las oportunidades de ser y de construir para sí. Todo termina
presentándose desde una interdependencia
infinita y vertiginosa, acumulativa y cerrada. Como si nuestro tiempo no es el de una vida de esculpir a partir de nuestras entrañas un carácter verdaderamente
independiente o que al menos sentamos que podemos experimentar una naturaleza
que pueda ser alejada de la pala mecánica de la tecnología digital. Bien se ha
dicho, creo que desde que los presocráticos salieron al mundo con su nueva, que
toda acción tiene un efecto proporcionado y, por ende, nuestro cuido en lo que
nos devuelve como reacción. La flor se convierte en fruto, el fruto en
semillas, estas en brotes verdes al caer al suelo y morder algo de humedad, volviendo
a aspirar dirigir el fin por lo cual existen, dar fruto y votar semillas al
suelo una vez más. Es el ejemplo que arrastra el idealismo objetivo hegeliano
del siglo XIX y el pensamiento que se ha recostado en los ciclos naturales de
la vida orgánica. Es el ejemplo sencillo de causalidad moderna.
Para los cultores del conocimiento
interior, es decir, en foro interno, esotérico, será el experimentar, más que pensar, que
cuando la mente está en la tranquilidad como la del espejo del agua en un arroyo, es que nos
encaminamos a un estado libre de presiones o de situaciones mentales,
emocionales, que perturban nuestro estar y ser, nuestro hacer y haber; libre de
ello se suele adentrarse en una paz
personal. Y se obtiene la vivencia y
certeza que nuestra mente es apacible y libre
de dolor (del sufrimiento que provee la imaginación aferrada al yo consumista y
en conexión “real” con eso que llamamos mundo exterior). La filosofía y la meditación nos pueden
proporcionar una paz que se yergue, como
semilla que brota, desde nosotros mismos, desde dentro, sin necesidad de buscar
o mirar a otro sitio. Es volverse
diestro en leer los signos y afectos conque nuestro ilusorio pensamiento nos
detiene o actuamos sobre la vida personal y social. Llegando a percibir una
naturaleza incontaminada en el reducto de nuestra consciencia. Con la meditación
diaria podemos instaurar un santuario
personal esencial.
Es saber que al cultivar la unidad
interior no hay sufrimiento y los conflictos pueden solventarse, pues éstos
aparecen donde en vez de ser uno queremos reafirmar que hay
dos. Los conflictos surgen cuando en nuestras mentes aparecen dos personajes en
sus pasillos mentales, el otro, que se extiende por los espacios de una mentalidad lineal. La terapia de nuestras psiques, la curación del
sufrimiento interior, desaparece al
comprender al sentido real y natural de
nuestra mente. Aceptando que hasta nuestra consciencia ordinaria, que mira
fijamente al mundo sin regresarse a mirarse a sí, puede tener elementos
altamente curativos; la dualidad común de visión cotidiana puede ayudar a superar
la separación, la negación estéril y la inamovilidad a la que nos vemos reducidos
por nuestra persistente creencia en que lo de adentro es más real que la misma vida, que el mismo devenir permanente de nuestro
pensamiento y del suceder de la vida.
En la práctica de la meditación y en nuestra
contingente vivencia de las emociones cotidianas, se nos pide un cambio sencillo pero difícil para los iniciados. Sólo
el querer aceptarlo y ponerlo en práctica nos dará el convencimiento de que sí
se puede realizar y construir esa búsqueda
de paz personal. Se trata de ir de lo negativo a una actitud positiva, del
inherente malestar al bienestar. Una vez sorbido esa posición existencial en nosotros lo que queda es
mantenerla, aprender a conservarla y disfrutarla, de aceptar lo que hemos hallado
como una verdad personal. Un resultado que crece al superar y cortar el amarre y la
dependencia de ese yo que creemos infalible e incambiable. Es aceptar que somos
nosotros mismos los que sazonamos nuestras emociones, que en principio no son
ni buenas ni males. Reconocer que somos los
arquitectos emocionales de nuestros sentimientos. Que dejamos entrar en nuestra
corporalidad y mente emociones violentas y destructivas si así lo permitimos. Encausar
en lo que es correcto hacer por encima de lo que uno quiere hacer.
Preocuparnos por necesidad reales
tanto para nosotros como para con los
demás, es una clave certera en el hacer referido de la vida de logros
sustanciales, adentrándonos para ello en la inevitable relación con el mundo
que nos rodea en un presente, en un aquí y ahora. Ver los aparentes
obstáculos más que impedimentos, como momentos de interesantes desafíos que nos
retan a ser creativos. Sabiendo que al
perseguir algún objetivo, sea mundano o espiritual, aparecerá el insoslayable
apego, amarrándonos a la horca de nuestro egoísmo. La tranquilidad de la vida
se nos aparece cuando sabemos qué es lo necesario para nuestro vivir.
Obcecarnos sólo en atender a nuestro
cuerpo como fin de la vida y desde su apariencia más no como una conducción de
cuidarlo para la salud o como cuidar sólo de posesionar cosas, abandonando el
cultivo y el conocimiento, la atención y la concentración de nuestra mente en la vida, o en
fijarnos más en atender sólo a nuestra profesión que en nuestro hogar, no nos lleva a un buen redil vivencial. Contemplamos
sólo a nuestra corporalidad y reducimos
nuestra mente a mero instrumento de ese cuerpo, esa espora del cerebro
que e adhiere al cuerpo, nos lleva a separarnos de la fuente de la felicidad.
Comprender que una vida dichosa, un hogar apacible sólo se obtiene con el cultivo
fértil del suelo inamovible de nuestra realidad mental aunado a un certero
desapego proporcional.
Comienza pronto una década que iremos a cruzar, y si queremos,
en menos de unos meses podemos también iniciar el camino que nos lleve a
transitar ese intervalo temporal en el arraigo del desafío inteligente por el
cultivo de la meditación y el adiestramiento de nuestra mente al reconocer la
verdad del errar, de colocarse en una actitud que supere la negatividad por la
positividad, el no por el sí, el sólo poseer por el hacer, el temer por el
amar, la vivencia de ser esclavos por la libertad que nos da nuestra
tranquilidad y paz que encontramos en el pozo de nuestra conciencia adecuada a
un buen vivir, a una comprensión de lo realmente necesario para ese buen vivir. El 2020 es un tiempo de meditación para toda la nueva aventura que se nos yergue en nuestro futuro.
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