Del Delta del Orinoco y sus peligros
David De los Reyes
Fotografía de Roberto Mata
Ir al Delta es ir a ver grandes
canales de agua y vegetación. Los canales o caños que constituyen ese
territorio están acompañados de una pared vegetal permanente en su recorrido.
Casi impenetrable, casi misterioso, casi permanente. Y es casi permanente por todos los
peligros que le han estado rodeando desde hace varias décadas, y en el presente con una mayor avidez de obtención
de recursos y beneficios por vía exprés, es decir, sin cumplir con ningún cuido de la vida
física y cultural de sus habitantes y del frágil habitat ecológico.
El Delta es un territorio que ofrece muchas opciones de desarrollo y trabajo. He
visto haciendas de ganado, los conucos indígenas, plantaciones de yuca, de palmito. Pero sobretodo he observado que es un territorio que pudiera
convertirse en un importante productor de cacao, cultivo que siempre ha estado presente en ese estado pero
que en la actualidad pudiera ser desarrollado de manera extensiva por todo lo que cubre la mano fluvial del
Delta: por el tipo de clima, abundancia
de humedad, agua y vegetación de sombra,
que son, entre otros (junto a una cultura humana agrícola requerida a propagar),
elementos apropiados para ese cultivo. Los espacios y comunidades que se aprecian para ello están en torno a su capital, Tucupita, pero bajo una buena orientación se
pudiera extender a un mayor número de la población indígena y convertirse en
eje y defensa de un habitat en perpetuo peligro por la consabida avidez de los minerales
que se encuentran en su subsuelo.
Interés por la explotación
petrolera siempre se ha visto.
El petróleo vendría a ser un
movilizador económico muy fuerte ante
cualquier otro tipo de planteamiento productivo para la zona. Es seguramente la
apuesta que tienen muchos funcionarios del gobierno actual. También la vía más expedita para el quiebre del frágil entorno ecológico que circunda a esos
yacimientos: naturales y humanos. La
riqueza de este territorio fluvial está en el arrastre y la descarga de todo el
material orgánico mineral que conduce al océano Atlántico, el cual viene a
alimentar a los bancos de peces de toda esa zona territorial marítima, que también alimenta a buena parte de la población de esta nación. Hasta ahora, podemos decir, el impacto ambiental ha sido
mínimo. Todavía se pueden ver toninas en
sus canales y observar una salvaje
población animal autóctona (la variedad de aves es espectacular). Sin por ello decir lo mismo respecto al
factor humano regional. Sus nativos se han visto acosados y separados de sus
territorios naturales, llevando a perder una buena parte de su originalidad cultural, que ha dado vida a la condición de este hombre fluvial autóctono. La introducción del alcohol ha hecho destrozos
y la necesidad de entrar en relación comercial con la civilización los ha llevado a degradarse constantemente.
El Delta del Orinoco es un espacio de
vida. Un reducto hasta ahora intocado en espacio geográfico por la modernidad y sus conocidos y descontrolados procesos de producción destructiva. Los nativos
lo han guardado por miles de años. Y como dijimos, esos hombres silvestres son los que han
recibido una influencia nefasta de la estandarización de las políticas culturales de inserción, dirigidas
por el Estado venezolano y agentes externos.
Se han propuesto, ahora junto con
acuerdos conocidos con China, desarrollar cultivos
de arroz, lo cual no es uno de los más ecológicos. La necesidad de crear
acciones políticas para justificar los
presupuestos de instituciones agrícolas
gubernamentales vienen a proponer planes
sin realizar verdaderos estudios de impacto en el ambiente. Pero ¿qué es eso para un país que existe sólo para destruir?
Pronto veremos el destrozo ambiental del Delta en su apogeo. Comenzarán
con el arroz y luego seguirá la explotación del petróleo, el estiércol del diablo, como fue llamado
por el preclaro y lúcido venezolano Juan Pablo Pérez
Alfonso, fundador de la OPEP en los años 60 del siglo pasado.
El Delta, y sus nativos, están en
peligro. Y el peligro fluye a través de sus canales
fluviales llenos de riquezas ecológicas;
fluye en ellos el peligro del desarrollo desbordado, incontrolado,
inconsciente, impuesto desde ciertos personeros del gobierno, habidos de
riquezas sin detenerse ante el destrozo
que causa esa ceguera innatural. Pero como se dijo, estas son regiones (países)
para destruir, hay que viajar de vacaciones al mundo desarrollado para
disfrutar verdaderamente del mundo
controlado y a salvo.
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