martes, 6 de marzo de 2012


Cioran, el marginal

David De los Reyes



Emil Michel Cioran es un pensador al que siempre vuelvo. Sus palabras nos muestras el lado aborrecible de la vida, de su podredumbre, de su absurdidad permanente, de la emoción a la que nadie puede escapar, a menos que sea un soberano idiota.  Su concepción de la filosofía es un estar en contra de  toda capilla oficial filosófica. Encuentra que lo más importante  de la filosofía está en comprender,  en practicar la sabiduría desde nuestra individualidad y no desde las proposiciones generales y abstractas, desde las modas filosóficas o de las propuestas teóricas insustanciales, que terminan siendo una mala masturbación mental.
Pensador que nunca ejerció ninguna profesión,  sabe que el conocimiento ha pasado a ser un accesorio. La filosofía despierta en él actitudes prácticas y visiones de mundo; lo que estaría en un primer plano ante ella, es en cómo abordar la vida, es decir, la cuestión de cómo podemos soportar la vida con los demás y a nuestra vida. En este maldecidor profesional con estilo, los grandes problemas de la existencia se centran y terminan en esos dos aspectos señalados: en cómo soportar la vida y cómo soportarse a sí mismo. Dos situaciones de las que el pensamiento, y nuestra pesada corporalidad, nunca pueden evadir, por más que vivamos dentro de la perfección mecánica y virtual del mundo autómata actual.  Las aristas de la existencia son frágiles y sobre ellas elevamos nuestro aliento hacia los días que nos suceden precipitándonos hacia  un final del que no sabemos nada, o sabemos todo, es decir, que es el final. 
La filosofía, como una escuela de saber soportar lo aborrecible que podemos ser o lo insoportables que somos,  es una rama en el río de la existencia rodeado por un mundo en el que no hay misiones difíciles sino pasajeras: todo es y está de tránsito. En una realidad donde las respuestas definitivas dadas por la filosofía de gran altura y de gran alcance masivo son el inicio de la sospecha para el pensamiento. Cioran sabe que el peor sufrimiento que nos ha encomendado el existir es tener que soportarse a sí  mismo, cargar con su propia ruina: elogia la frustración. En levantarse las mañanas y decirse  otro día comenzando, tengo que llegar a su fin, soportar la jornada que me espera, aceptar el trabajo de atravesar las horas saliendo ileso de la  misma ruina humana.  Para este rumano la filosofía no se trata de actuar grandes acciones, o de crear nuevas teorías, sino que la filosofía, desde el reducto de nuestro ser, es intentar soportarse en nuestra completa y precaria finitud.
El pensador tendrá que posar ante sus ojos, casi  de forma permanente,  esos problemas insolubles  e intentar de vivir como los estoicos, bajo los consejos, por ejemplo, de Marco Aurelio o Epicteto, pero sólo a ratos.  Más que preguntarse por la historia, más que pensar en ser sujeto de ese charco de sangre fulminada por la que creemos vivir con un sentido, nos invita a recobrar la facultad de la contemplación de las cosas. El hombre ha olvidado el arte de perder el tiempo inteligentemente.
Se distanció de la filosofía por las largas noches en vigilia que sufrió cuando tenía alrededor de veinte años. Su adoración por la filosofía, por el lenguaje filosófico -que siempre lo perturbó-, era una superstición. La filosofía no pudo ayudarlo a pasar las noches en vigilia, y con ello perdió su fe en ella. 
También nos advierte que la filosofía nos lleva a hincharnos de orgullo, dándonos una idea falsa de nosotros mismos. Al leer a Kant, a Schopenhauer y otros pensadores sentía la sensación de ser un dios, lo cual tenía algo de monstruoso. No es raro que afirme que la filosofía engendra un desprecio total hacia quienes están fuera de ella, por eso es peligrosa en ese sentido. Hay que conocerla para superarla. Lo que cuenta ante todo es el contacto directo con la vida. 
Los griegos son a los únicos que observa  como verdaderos filósofos.   Es un gran admirador de Diógenes  y de los cínicos, de Epicuro en la simplicidad de su jardín, del ejercicio de permanente búsqueda y ascetismo del caminante y guerrero Sócrates.  Encuentra en ellos una vida que comprende una unidad en conjunto, la cual desapareció en la posteridad. Y nos habla que parte de esa pérdida de realizar una vida para y por la filosofía  se debe a la profesionalización de  ella, de reducirla a los ámbitos de la universidad. La universidad liquidó la filosofía. No totalmente, tal vez, pero casi…,  nos afirman sus palabras. Encuentra que la filosofía no tiene un objeto de estudio y lo peor es hacer de ella misma su propio objeto. La filosofía debe ser algo personal y permanentemente vivido por aquel que se acerca a ella. Es un volver a las expectativas socráticas de hacer filosofía en la calle, imbricar la filosofía con la vida. Cioran se consideraba un filósofo de la calle, tomando la mayor distancia ante toda filosofía oficial, de capilla, de carrera, de tendencias, de modas. Su aptitud como pensador fue rebelarse ante ese pasticho generalista de jerga abstracta y  mezcolanza intelectual. Se  consideró un pensador privado, en el sentido literal del término. Alejado de todo tono serio y del pensamiento impersonal;  advierte a todo profesor de filosofía que se nos paga para ser impersonales. Terminamos siendo gente que  hablamos de ontología,  de la problemática de la totalidad, etc.
Un pensador tiene que elevar su voz de forma independiente, sin una doctrina con qué identificarse, sino de un pensamiento a expresar en conflicto y en diálogo. Pensar desde sí para sí;  practicar el desapego a lo tribal, no depender de nadie ni nadie de mí. Hacer nuestro ejercicio filosófico desde los planos de parquedad y ascesis no comprometida con credos multitudinarios.
Cioran fue un hombre que siempre se mantuvo al margen de la sociedad. Un ser marginal, que no actuó como los demás, y su vida fue el intento de comprender algo de verdad, como lo fueron los filósofos de la antigüedad, cosa que no interesa para el tren del progreso humano.

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