Cioran, el
marginal
David De los
Reyes
Emil Michel Cioran es un
pensador al que siempre vuelvo. Sus palabras nos muestras el lado aborrecible
de la vida, de su podredumbre, de su absurdidad permanente, de la emoción a la que
nadie puede escapar, a menos que sea un soberano idiota. Su concepción de la filosofía es un estar en
contra de toda capilla oficial
filosófica. Encuentra que lo más importante
de la filosofía está en comprender,
en practicar la sabiduría desde nuestra individualidad y no desde las
proposiciones generales y abstractas, desde las modas filosóficas o de las
propuestas teóricas insustanciales, que terminan siendo una mala masturbación
mental.
Pensador que
nunca ejerció ninguna profesión, sabe
que el conocimiento ha pasado a ser un accesorio. La filosofía despierta en él actitudes
prácticas y visiones de mundo; lo
que estaría en un primer plano ante ella, es en cómo abordar la vida, es decir, la
cuestión de cómo podemos soportar la vida con los demás y a nuestra vida. En
este maldecidor profesional con estilo, los grandes problemas de la existencia
se centran y terminan en esos dos aspectos señalados: en cómo soportar la vida
y cómo soportarse a sí mismo. Dos situaciones de las que el pensamiento, y
nuestra pesada corporalidad, nunca pueden evadir, por más que vivamos dentro de
la perfección mecánica y virtual del mundo autómata actual. Las aristas de la existencia son frágiles y
sobre ellas elevamos nuestro aliento hacia los días que nos suceden
precipitándonos hacia un final del que
no sabemos nada, o sabemos todo, es decir, que es el final.
La filosofía,
como una escuela de saber soportar lo aborrecible que podemos ser o lo
insoportables que somos, es una rama en
el río de la existencia rodeado por un mundo en el que no hay misiones
difíciles sino pasajeras: todo es y está de tránsito. En una realidad donde las
respuestas definitivas dadas por la filosofía de gran altura y de gran alcance
masivo son el inicio de la sospecha para el pensamiento. Cioran sabe que el
peor sufrimiento que nos ha encomendado el existir es tener que soportarse a
sí mismo, cargar con su propia ruina: elogia la frustración. En levantarse las mañanas y
decirse otro día comenzando, tengo que llegar a su fin, soportar la jornada que
me espera, aceptar el trabajo de atravesar las horas saliendo ileso de la misma ruina humana. Para este rumano la filosofía no se trata de
actuar grandes acciones, o de crear nuevas teorías, sino que la filosofía,
desde el reducto de nuestro ser, es intentar soportarse en nuestra completa y precaria finitud.
El pensador tendrá
que posar ante sus ojos, casi de forma
permanente, esos problemas
insolubles e intentar de vivir como los
estoicos, bajo los consejos, por ejemplo, de Marco Aurelio o Epicteto, pero
sólo a ratos. Más que preguntarse por la
historia, más que pensar en ser sujeto de ese charco de sangre fulminada por la
que creemos vivir con un sentido, nos invita a recobrar la facultad de la
contemplación de las cosas. El hombre ha olvidado el arte de
perder el tiempo inteligentemente.
Se distanció de la filosofía por las largas noches en vigilia que sufrió cuando tenía alrededor de veinte años. Su adoración por la filosofía, por el lenguaje filosófico -que siempre lo perturbó-, era una superstición. La filosofía no pudo ayudarlo a pasar las noches en vigilia, y con ello perdió su fe en ella.
También nos advierte que la filosofía nos lleva a hincharnos de orgullo, dándonos una idea falsa de nosotros mismos. Al leer a Kant, a Schopenhauer y otros pensadores sentía la sensación de ser un dios, lo cual tenía algo de monstruoso. No es raro que afirme que la filosofía engendra un desprecio total hacia quienes están fuera de ella, por eso es peligrosa en ese sentido. Hay que conocerla para superarla. Lo que cuenta ante todo es el contacto directo con la vida.
Se distanció de la filosofía por las largas noches en vigilia que sufrió cuando tenía alrededor de veinte años. Su adoración por la filosofía, por el lenguaje filosófico -que siempre lo perturbó-, era una superstición. La filosofía no pudo ayudarlo a pasar las noches en vigilia, y con ello perdió su fe en ella.
También nos advierte que la filosofía nos lleva a hincharnos de orgullo, dándonos una idea falsa de nosotros mismos. Al leer a Kant, a Schopenhauer y otros pensadores sentía la sensación de ser un dios, lo cual tenía algo de monstruoso. No es raro que afirme que la filosofía engendra un desprecio total hacia quienes están fuera de ella, por eso es peligrosa en ese sentido. Hay que conocerla para superarla. Lo que cuenta ante todo es el contacto directo con la vida.
Los griegos son a los únicos que
observa como verdaderos filósofos. Es un gran admirador de Diógenes y de los cínicos, de Epicuro en la
simplicidad de su jardín, del ejercicio de permanente búsqueda y ascetismo del
caminante y guerrero Sócrates. Encuentra
en ellos una vida que comprende una unidad en conjunto, la cual desapareció en
la posteridad. Y nos habla que parte de esa pérdida de realizar una vida para y
por la filosofía se debe a la
profesionalización de ella, de reducirla
a los ámbitos de la universidad. La
universidad liquidó la filosofía. No totalmente, tal vez, pero casi…, nos afirman sus palabras. Encuentra que la
filosofía no tiene un objeto de estudio y lo peor es hacer de ella misma su
propio objeto. La filosofía debe ser algo personal y permanentemente vivido por
aquel que se acerca a ella. Es un volver a las expectativas socráticas de hacer
filosofía en la calle, imbricar la filosofía con la vida. Cioran se consideraba
un filósofo de la calle, tomando la mayor distancia ante toda filosofía
oficial, de capilla, de carrera, de tendencias, de modas. Su aptitud como
pensador fue rebelarse ante ese pasticho generalista de jerga abstracta y mezcolanza intelectual. Se consideró un pensador privado, en el
sentido literal del término. Alejado de todo tono serio y del pensamiento
impersonal; advierte a todo profesor de
filosofía que se nos paga para ser impersonales.
Terminamos siendo gente que hablamos de ontología, de la problemática
de la totalidad, etc.
Un pensador tiene que elevar su voz
de forma independiente, sin una doctrina con qué identificarse, sino de un
pensamiento a expresar en conflicto y en diálogo. Pensar desde sí para sí; practicar el desapego a lo tribal, no
depender de nadie ni nadie de mí. Hacer nuestro ejercicio filosófico desde los
planos de parquedad y ascesis no comprometida con credos multitudinarios.
Cioran fue un hombre que siempre se
mantuvo al margen de la sociedad. Un ser marginal, que no actuó como los demás,
y su vida fue el intento de comprender algo
de verdad, como lo fueron los filósofos de la antigüedad, cosa que no interesa
para el tren del progreso humano.
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