viernes, 9 de mayo de 2014

De los filósofos
David De los Reyes




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En todos los tiempos, la mayoría  de las personas tienen una mala opinión de ellos, pues desde la antigüedad se mantenían al margen de los negocios, cargos y de los dineros del estado, y el pueblo  los tildaba de ociosos, por haberse retirado de la realidad al mundo del pensamiento; aspiraban a la autonomía física y espiritual: espíritus libres. Hoy, no todos, pero si hay muchos de ellos que solo aspiran  a todo lo contrario de lo dicho en la frase anterior: a  formar parte de los negocios del estado, a justificar su represión, en permanecer en el cargo público de forma vitalicia, en abalar leyes injustas, en ser unos serviles administradores del grupo de poder de turno, y formarse ideológicamente para ser dirigentes que sepan cómo aplicar todas las trampas de la administración de los presupuestos y reglamentos públicos y  ser hábiles en  manipulación teledirigida por los medios. Esto hace poner en duda el dedicarse hoy a la humana filosofía, pues bien sabido que ella, por lo hablado, pareciera ser totalmente idéntica a su tiempo: es expresión de su época, por tanto habrá que cambiar de profesión  si eso es así, ya que estos  días lo que produce son conformistas salchichas metafísicas de uniformidad mental virtual. ¡Corten cabezas, pásale cien veces el discurso del Big Brother, fren!, dirá algún filósofo del lenguaje desde su cargo burocrático de alguna dirección sectorial en el Ministerio de Cultura.



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Estas palabras implican, en principio, a los filósofos, pero pueden extenderse a cualquier de nosotros que quiere dedicarse a un campo del saber. Dice Aristóteles: “Sólo después de haber cubierto las necesidades elementales de la vida, se ha empezado a filosofar”, (Metafísica, I,2). No sé cómo pueden hacerlo los profesores de esta disciplina en unas instituciones nacionales (Venezuela), que les pagan menos que el salario mínimo para iniciarse en el noviciado pedagógico. 

Por otra parte, Hegel refiere que siendo la filosofía una actividad libre, elegida particularmente por cada quien, para iniciarse en ella se debe primero acallar la voz angustiosa de los apetitos y pasar a fortalecer, elevar y consolidar el espíritu dentro de sí; frenar pasiones, desarrollar conciencia y pensar en problemas generales. ¡Qué ideal! ¡Un arduo trabajo!, nada fácil para cada conciencia acribillada por las seducciones, deseos, y necesidades de nuestros tiempos de una continua ilusión gelatinosa y virtual global y a toda hora circundando nuestras mentes, y en el caso de Venezuela encontramos un constante hundimiento del espíritu en el fango del genocidio cultural ideológico de un estado hipertrofiado y criminal.

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