De
los filósofos
David De los Reyes
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En todos los tiempos, la mayoría de las personas tienen una mala opinión de
ellos, pues desde la antigüedad se mantenían al margen de los negocios, cargos
y de los dineros del estado, y el pueblo
los tildaba de ociosos, por haberse retirado de la realidad al mundo del
pensamiento; aspiraban a la autonomía física y espiritual: espíritus libres.
Hoy, no todos, pero si hay muchos de ellos que solo aspiran a todo lo contrario de lo dicho en la frase
anterior: a formar parte de los negocios
del estado, a justificar su represión, en permanecer en el cargo público de
forma vitalicia, en abalar leyes injustas, en ser unos serviles administradores
del grupo de poder de turno, y formarse ideológicamente para ser dirigentes que
sepan cómo aplicar todas las trampas de la administración de los presupuestos y
reglamentos públicos y ser hábiles
en manipulación teledirigida por los
medios. Esto hace poner en duda el dedicarse hoy a la humana filosofía, pues
bien sabido que ella, por lo hablado, pareciera ser totalmente idéntica a su
tiempo: es expresión de su época, por tanto habrá que cambiar de profesión si eso es así, ya que estos días lo que produce son conformistas
salchichas metafísicas de uniformidad mental virtual. ¡Corten cabezas, pásale
cien veces el discurso del Big Brother, fren!, dirá algún filósofo del lenguaje
desde su cargo burocrático de alguna dirección sectorial en el Ministerio de
Cultura.
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Estas palabras implican, en principio, a los
filósofos, pero pueden extenderse a cualquier de nosotros que quiere dedicarse
a un campo del saber. Dice Aristóteles: “Sólo
después de haber cubierto las necesidades elementales de la vida, se ha empezado a filosofar”, (Metafísica, I,2). No sé cómo pueden
hacerlo los profesores de esta disciplina en unas instituciones nacionales
(Venezuela), que les pagan menos que el salario mínimo para iniciarse en el
noviciado pedagógico.
Por otra
parte, Hegel refiere que siendo la filosofía una actividad libre, elegida
particularmente por cada quien, para iniciarse en ella se debe primero acallar
la voz angustiosa de los apetitos y pasar a fortalecer, elevar y consolidar el
espíritu dentro de sí; frenar pasiones, desarrollar conciencia y pensar en
problemas generales. ¡Qué ideal! ¡Un arduo trabajo!, nada fácil para cada
conciencia acribillada por las seducciones, deseos, y necesidades de nuestros
tiempos de una continua ilusión gelatinosa y virtual global y a toda hora
circundando nuestras mentes, y en el caso de Venezuela encontramos un constante
hundimiento del espíritu en el fango del genocidio cultural ideológico de un
estado hipertrofiado y criminal.
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