De la Filosofía
David De los Reyes
La filosofía se caracteriza por adentrarse en la actividad del pensamiento tanto individual como universal. Sus dotes de saber han ido vislumbrando en su acontecer nuevas maneras de comprender qué es el conocimiento filosófico para el individuo. En cierta forma, como lo han expresado muchas veces, es un intento de perfeccionarse en tanto individuo. El saber filosófico aspira a lo que para sus comienzos fue: descubrir, a partir de nuestra propia atención y reflexión, lo que nos induce a preservar ciertas disposiciones o hábitos más que otros, siempre en función de una búsqueda del bienestar. La filosofía no es un pensamiento por el cual se pretende definir el resto de una concepción científica, política o cultural. Siempre encontramos que cualquiera que se dirige a un público muchas veces escuchamos sobre “mi filosofía…” o “la filosofía de la empresa…” o “la filosofía de la institución…”, etc. Es propio de desconocedores de qué es hacer y qué es convivir filosóficamente. En la antigüedad eran hombres que se distinguían por su hacer, su valía, su valentía y su provocación. Los ejemplos son múltiples, tenemos a Heráclito, a Demócrito, a Sócrates, a Diógenes el cínico, por sólo nombrar algunos. La filosofía era un intento de abordar un saber para una mejor conducción de la vida pero de manera autónoma, libre, dirigida por el pensamiento personal, sin tener muy en cuenta si se estaba a favor de los dioses de la ciudad o si se mantenía dentro de las opiniones autorizadas del momento. Más que emprender un sistema de conocimientos era poner el conocimiento en una permanente práctica de cara a la realidad; era (es), una exploración que iba hacia el interior del individuo y cómo por medio de su voluntad se manifestaba en lo exterior. No esconderse del mundo sino adentrarse en el mundo desde un observatorio personal, en que el vivir oculto era un requerimiento para conservar la tranquilidad del alma, del ser.
La filosofía ha tomado muchos derroteros. Desde una preocupación por desentrañar lo que vendría a ser una teoría del conocimiento, de una propuesta epistemológica, de unas cuitas por el ser desde la ontología, de una posición política revolucionaria y no paremos de contar. Ella ha sido sierva de muchas concepciones universalistas que bajo el estandarte de la razón han querido presentarse como las guardianas de la verdad. Una verdad que quería fundirse con lo absoluto, con lo divino o con la naturaleza y sacar leyes últimas con las que determinar casi para siempre la visión del mundo.
Realmente la filosofía es un intento personal de cómo observar ciertas condiciones para seguir no perdiendo el incentivo de la curiosidad que evolucione a ciertas perspectivas personales sobre el universo, el por qué estamos aquí, o el sin sentido de la existencia. Y siempre la respuesta será un intento transitorio de reflexión, mas no un último hallazgo de comprensión total y definitivo. El individuo que transita por la filosofía se propone recorrer un camino que no tiene muy cierto su final (si es que lo consigue…). Es un transitar por el pensamiento, de escuchar sus emociones, de perfilar nuestras estadías entre los placeres y los dolores o sufrimientos furtivos, y que sin ellos no nos aguardaría la existencia en proporcionarnos el derecho de haber vivido. Es superar los escollos y encontrar que la comedia humana se yergue por la ambición, la soberbia y la vanidad infinita. En un mundo de animales humanos descentrados y absortos entre medios y carencias, el filósofo le queda observar y actuar desde el recinto de su inmediatez, sin proponerse proyectos mesiánicos ni pretender en erigirse en el salvador. Sabemos cuán nefasto han sido para la historia todos aquellos que se han creído iluminados por encima de los demás, sin comprender que en la tranquilidad de la luz nocturna es donde se debe permanecer para encontrar la iluminación del saber humano.
Por todo ello la filosofía, con su riqueza discursiva, con sus variantes lingüísticas, con sus propuestas sistemáticas, vuelve a buscar la senda de la verdad personal, del bien hacer, del buen decir, del bien estar y de la tranquilidad de ánimo que nos permite comprender la maravillosa condición del hombre circunscrito a una rendija de la infinitud del universo.