lunes, 14 de noviembre de 2011



Derechos inhumanos
David De los Reyes


Rafael Minkkinen, fotografìa

Los derechos humanos  han sido aplastados de forma recurrente por los países que tienen regímenes autoritarios. Los derechos humanos favorecen el derecho a la vida, a la libertad individual, a la libertad de movilización, a libertad de expresión y de trabajo, el derecho a la salud y a la seguridad, entre otros. Todas estas libertades y derechos (establecidos y firmados por los países pertenecientes a la Organización de las Naciones Unidas desde 1948), son coaccionadas uno tras otro gracias a los estados que poseen un régimen de intereses personalistas, aunado a una burocracia represora, inclinada a las órdenes de aquellos funcionarios que han tomado su cargo como condición de mando irreductible y permanente, sin relacionar sus decisiones con los límites de la constitución vigente o de las leyes civiles en relación con lo que sea el caso.
Los derechos humanos son una medida de protección del individuo ante  el atropello de las fuerzas estatales que monopolizan la violencia y de las fuerzas paraestatales que ejercen impunemente la coacción y la fuerza. Exigir que aparezcan reflejadas en la constitución es un paso, leve pero un paso. Exigir que se cumplan algo más difícil.  Notando que hasta en los países que no tienen el menor cuido por la vida humana dicen aplicarlas y respetarlas.  La hipocresía política siempre está al orden del solapamiento y de encubrir las realidades ante las instituciones internacionales que tienen en sus manos  el demandar a gobiernos que se apliquen en todos los casos sin distinción. 
La violencia vendrá a ser el instrumento que aplaque, sofoque, someta a los derechos humanos. Bien con una mordaza colocada a la mayoría de una población sometida o amenazada, o bien por medios indirectos de agresividad  que esgrimen grupos adictos al régimen autoritario o  bandas que se les deja participar ilícitamente a cambio de llevar alguno de estos trabajos sucios.
Casos de enfermos que se encuentran injustamente encarcelados, sin poder ser tratados clínicamente, han estado presentes en todos los gobiernos que abrigan  el esquema líder-ejercito-pueblo, que alguna vez un sociólogo argentino argumentó como defensa de una nación que tomara el  rumbo de un cambio social radical; Hispanoamérica ha sido un permanente campo de cultivo para ello.
Ese esquema es la muerte de cualquier derecho. Se vuelve a una monarquía  inconstitucional prácticamente, y la balanza de la justicia queda fuera del juego real de la sociedad, estableciendo la última voz  los  de la cúpula militar o del líder de turno. El esquema contrario sería: instituciones constitucionales-justicia-ciudadanía.
Los derechos humanos van mancillados en todos los países que  sostienen el culto a la personalidad. Así fue en la extinta Unión Soviética con Lenin y Stalin, así fue en  la Alemania de Hitler, en la Italia de Mussolini, en la China de Mao Tse Tung, en la Libia de Kadafi, en la España de Franco. Buena parte de la historia de los países africanos e hispanoamericanos han visto cómo ello ha sido así, repitiendo el regreso al mando del eterno retorno del caudillo. El gobierno unilateral y autoritario, caprichoso y  ungido por la gracia de Dios o del héroe militar del siglo  decimonónico,  son  modelos de ese estilo de mando en que el Estado lo es todo, el individuo nada. La masa es todo, la singularidad, la diversidad cultural, las minorías y la inteligencia un estorbo y, por ende, apenas son un sedimento de  esos derechos humanos que deben defender al individuo contra el omnímodo poder ejercido por una mayoría que, junto a su gendarme, no tiene  capacidad  para distinguir  y  aceptar la crítica, la exigencia a derecho, el asumir y reconocer su fracaso para poder salir de él.
Es así como vemos las latitudes geopolíticas por las que transitamos en el presente. Democracias que quieren mostrar marcos de civilidad cuando  sabemos que el tiro impune es el que reina, y no en los cielos.
Bien pudiera hablarse de un derecho inhumano, el cual  es la condición actual en la mayoría de los países que no tienen una independencia judicial que acobije la autonomía de realizar  un juicio, gobiernos que no poseen la capacidad de albergar la sabiduría del bien escuchar al otro, de saber tomar decisiones sabias, apegados a la ley y no a intereses partidistas o personalistas. Todo ello  es lo contrario en nuestro mundo  en que el gobierno no lo ejerce el capaz sino en forma monolítica el primero de la triada: líder-ejercito-pueblo.

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