lunes, 5 de diciembre de 2011


Crisis y universidad
David De los Reyes


 


Se ha dicho que las universidades no se han adaptado a los tiempos cambiantes   respecto a la velocidad con que las necesidades humanas de formación y creación de conocimiento exigen en un mundo informatizado. Como bien se repite sabemos que las universidades están en crisis. Crisis en los pensum, en  el tipo de carreras, en los presupuestos, en su autonomía, en su matrícula, en la formación de sus inscritos, en la condición de los profesores. Un remolino de carencias impera y trastoca toda tranquilidad académica,  a esos jardines de la investigación  y del conocimiento por los que transitaron antaño los creadores de esas magnificas instituciones del saber.  Hoy uno escucha seguidamente las voces en los pasillos de las universidades y se da cuenta de que los profesores,  y el personal administrativo, no están a gusto con lo que hacen, con los que tienen de alumnos, con lo que obtienen de honorarios por sus conocimientos. Los estudiantes, con los profesores que exigen separarlos de la pantalla de su blackberry o de su laptop conectada a su grupo  o al último juego cibernético  del momento.  Todo ello nos lleva a tener que desentrañar una paradoja, en la llamada sociedad del conocimiento los que deben producir permanentemente conocimiento son los menos favorecidos material y espiritualmente  y también por los menos reconocidos. Pero la pregunta que habría que seguir a esa situación paradojal  es quiénes  producen conocimiento y qué tipo de conocimiento se está desarrollando en dichos planteles. Es sabido que no todos los profesores producen conocimiento o tienen una línea de investigación; se necesitan  también buenos docentes para transmitir una tradición y una línea de conocimiento. Pero exceptuando a estos, apenas de la plantilla profesoral  en una universidad del tercer mundo quienes tienen vocación de indagar y proponerse fenómenos y hechos a estudiar son muy pocos  y el resto les queda poco tiempo para dedicarle su reducido tiempo libre al campo científico, luego de recorrer un buen número de planteles, colegios y universidades donde dan clases para llegar a fin de mes y el pago de las deudas normales. La investigación  queda reducida a unos pocos y esos pocos, por la concepción populista de la mayoría de estas universidades, deben estar sometidos al régimen igualitario de la plantilla  de los honorarios, sin reconocer méritos y diferencias.
La crisis universitaria,  que desde  que entré a una universidad como estudiante de pregrado y hasta ahora como profesor dentro de ellas, siempre  he escuchado alternarse dicha crisis, en unos tiempos más o en otros tiempos menos.   La crisis  ha llegado para permanecer y convivir con un  alto grado  de incertidumbre;  la crisis se mantendrá, y más en un mundo en que pareciera que el cerco de internet, los medios, las empresas y las instituciones gubernamentales le dedican menos atención que antes a lo que pasa dentro de ellas.
La crisis universitaria no sólo  surge por la relación con las dependencias institucionales con lo exterior (gobierno, entes públicos, políticas etc.), sino desde el mismo seno de  la plataforma administrativa académica universitaria.  Quizás los tiempos no están  para conocimientos reposados, librescos, eruditos (qué lástima!) y la idea de conocimiento haya transmutado a  crear  profesionales que sepan manipular más un software que una relación entre conceptos. Se premia más lo primero que esto último.  Como en todas las épocas, quien piensa y se separa del común siempre es sospechoso, quien se convierte en apéndice de un archivo digital y sus despliegues es el  gran investigador inteligente. El mundo cambia y cambian las condiciones, las herramientas por las que se han forjado las universidades; hoy imperan las modas  surgidas  por graduados en educación sin tener idea de las áreas que le imponen sus planes de estudio.
En regímenes militares y autoritarios  lo primero que atacan es a la inteligencia, a la creatividad, a la disidencia, al conocimiento  buscando arrodillar el saber a los intereses no de un pueblo o una sociedad sino a determinados lineamientos ideológicos o personalismos  que se consideran eternos. No hay peor  ambiente para el conocimiento que una universidad que ha perdido su autonomía de cátedra, su autonomía de  posición académica, de observación, de opinión ante  la dirección autoritaria que  todo régimen militarista quiere imponer.  Una ciencia cortada para el dominio y la guerra, una profesionalidad  construida para el servilismo, una tecnología para el control de la naturaleza humana, unas humanidades para  una mejor manipulación de las consciencias es lo que pareciera emerger en muchas instituciones universitarias. En apoyar a un conocimiento y pensamiento único para la mejor manipulación  ingenieril de todos los  ciudadanos convertidos en corderitos.
Si las universidades claudican su autonomía, si no abren los ojos y si los que la conforman  no  tienen mayores valores que  esperar que les suban un sueldo y no pelear por  que sean reconocidos en su dignidad y su creatividad, su  profesionalidad y su capacidad de investigación, esos mismos profesores y estudiantes, podemos agregar también, tendrán sus días contados. Días  en que   seguirán viviendo como un cuerpo vegetando en una sala de cuidados intensivos, sin mayor esperanza y mejor diagnóstico, de una muerte académicamente segura. 

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