Crisis y universidad
David De los Reyes
Se ha dicho que las universidades no
se han adaptado a los tiempos cambiantes
respecto a la velocidad con que las necesidades humanas de formación y
creación de conocimiento exigen en un mundo informatizado. Como bien se repite sabemos
que las universidades están en crisis. Crisis en los pensum, en el tipo de carreras, en los presupuestos, en
su autonomía, en su matrícula, en la formación de sus inscritos, en la
condición de los profesores. Un remolino de carencias impera y trastoca toda
tranquilidad académica, a esos jardines
de la investigación y del conocimiento
por los que transitaron antaño los creadores de esas magnificas instituciones
del saber. Hoy uno escucha seguidamente
las voces en los pasillos de las universidades y se da cuenta de que los
profesores, y el personal
administrativo, no están a gusto con lo que hacen, con los que tienen de
alumnos, con lo que obtienen de honorarios por sus conocimientos. Los estudiantes,
con los profesores que exigen separarlos de la pantalla de su blackberry o de
su laptop conectada a su grupo o al último
juego cibernético del momento. Todo ello nos lleva a tener que desentrañar
una paradoja, en la llamada sociedad del conocimiento los que deben producir
permanentemente conocimiento son los menos favorecidos material y
espiritualmente y también por los menos
reconocidos. Pero la pregunta que habría que seguir a esa situación paradojal es quiénes
producen conocimiento y qué tipo de conocimiento se está desarrollando
en dichos planteles. Es sabido que no todos los profesores producen
conocimiento o tienen una línea de investigación; se necesitan también buenos docentes para transmitir una
tradición y una línea de conocimiento. Pero exceptuando a estos, apenas de la
plantilla profesoral en una universidad
del tercer mundo quienes tienen vocación de indagar y proponerse fenómenos y
hechos a estudiar son muy pocos y el
resto les queda poco tiempo para dedicarle su reducido tiempo libre al campo
científico, luego de recorrer un buen número de planteles, colegios y
universidades donde dan clases para llegar a fin de mes y el pago de las deudas
normales. La investigación queda
reducida a unos pocos y esos pocos, por la concepción populista de la mayoría
de estas universidades, deben estar sometidos al régimen igualitario de la
plantilla de los honorarios, sin
reconocer méritos y diferencias.
La crisis universitaria, que desde
que entré a una universidad como estudiante de pregrado y hasta ahora
como profesor dentro de ellas, siempre he escuchado alternarse dicha crisis, en unos tiempos
más o en otros tiempos menos. La crisis
ha llegado para permanecer y convivir con un alto grado de
incertidumbre; la crisis se mantendrá, y
más en un mundo en que pareciera que el cerco de internet, los medios, las empresas
y las instituciones gubernamentales le dedican menos atención que antes a lo
que pasa dentro de ellas.
La crisis universitaria no sólo surge por la relación con las dependencias institucionales
con lo exterior (gobierno, entes públicos, políticas etc.), sino desde el mismo
seno de la plataforma administrativa
académica universitaria. Quizás los
tiempos no están para conocimientos
reposados, librescos, eruditos (qué lástima!) y la idea de conocimiento haya
transmutado a crear profesionales que sepan manipular más un
software que una relación entre conceptos. Se premia más lo primero que esto
último. Como en todas las épocas, quien
piensa y se separa del común siempre es sospechoso, quien se convierte en
apéndice de un archivo digital y sus despliegues es el gran investigador inteligente. El mundo cambia y cambian las condiciones, las herramientas por las que se han forjado
las universidades; hoy imperan las modas
surgidas por graduados en
educación sin tener idea de las áreas que le imponen sus planes de estudio.
En regímenes militares y autoritarios lo primero que atacan es a la inteligencia, a
la creatividad, a la disidencia, al conocimiento buscando arrodillar el saber a los intereses
no de un pueblo o una sociedad sino a determinados lineamientos ideológicos o
personalismos que se consideran eternos.
No hay peor ambiente para el
conocimiento que una universidad que ha perdido su autonomía de cátedra, su
autonomía de posición académica, de
observación, de opinión ante la dirección
autoritaria que todo régimen militarista
quiere imponer. Una ciencia cortada para
el dominio y la guerra, una profesionalidad
construida para el servilismo, una tecnología para el control de la
naturaleza humana, unas humanidades para
una mejor manipulación de las consciencias es lo que pareciera emerger
en muchas instituciones universitarias. En apoyar a un conocimiento y pensamiento
único para la mejor manipulación
ingenieril de todos los
ciudadanos convertidos en corderitos.
Si las universidades claudican su
autonomía, si no abren los ojos y si los que la conforman no
tienen mayores valores que
esperar que les suban un sueldo y no pelear por que sean reconocidos en su dignidad y su
creatividad, su profesionalidad y su capacidad
de investigación, esos mismos profesores y estudiantes, podemos agregar
también, tendrán sus días contados. Días
en que seguirán viviendo como un
cuerpo vegetando en una sala de cuidados intensivos, sin mayor esperanza y
mejor diagnóstico, de una muerte académicamente segura.
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