martes, 20 de diciembre de 2011


El mecanismo del sufrimiento
David De los Reyes

 

La inmensa mayoría de individuos  sólo hablan de sufrimiento.  Anhelan la felicidad, albergan esperanzas de encontrar la tierra prometida, se dan a la tarea de intentar mejorar a los otros pero nunca vuelven caras hacia sí mismos.  Los mejores de estos especímenes lo encontramos en los políticos y en los sacerdotes. Ambos venden esperanza, ambos se nutren del engaño, ambos viven del sufrimiento, de eso sí están claros. De ahí que el sufrimiento es la condición necesaria para establecer fuertes gobiernos incapaces a fuerza de nutrir un horizonte  que cada día se aleja más de la realidad  del mundo; en el caso de los religiosos de manejar el sufrimiento en base a declaraciones llenas de ignorancia, de autoridad y manipulación del sufrimiento. Pero la ignorancia domina al mundo, qué le vamos a hacer.
El sufrimiento  tiene un mecanismo particular: nutre al ego.  A mayor ego mayores desdichas.  Es la condición del  ser común de los hombres. Sólo se sienten que son algo o viven  gracias a alimentar en todo instante su mirada sufriente contra el mundo. No conocen su origen sufriente, no quieren conocerlo tampoco; se lanzan contra lo primero que encuentren, sin lanzarse contra sí mismos y ver a qué huele su conciencia. La desdicha  que cargan a toda hora los hace sentir que son especiales, requieren la lástima de los otros y los otros les complace cuidar la lástima de aquellos, sin terminar nunca esa cadena, para permanecer frenados en ese escalón de la existencia. Sin sufrimiento no serían. Pareciera que la serenidad se encuentra en una especia de no-ser más que de ser. El mundo en conjunto nos muestra infinitas formas de existencia tranquila. En el reino animal los animales no sufren metafísicamente, si acaso el dolor por  enfermedad o accidentes, cosa que los humanos compartimos con ellos de igual forma, pero no poseen el sufrimiento que es la carga humana que la mayoría  arraiga en su ser. Son sólo porque sufren, he ahí su virtud, he ahí su existencia condenada. Pudiéramos decir, remedando cartesianamente, que soy porque sufro. La desdicha pareciera convertir al hombre en algo especial, extraordinario, único.
Gracias a la desdicha, como niños que para tener la atención de sus padres se portan o se sienten mal, los hombres  encuentran la atención de los otros; así los cuidan, los protegen, alejan cualquier hostilidad a la persona desdichada. Y es como adquiere sentido su vida. Hablar de todo lo malo que ven, de todo lo desdichado que se sienten, de todo el malestar, del abandono de las instituciones, de lo mal que funciona todo, del desamparo  en que nadan, del martirio  de la época en que les ha tocado vivir... La lista puede ser infinita. Escuchar cualquier conversación  de la calle en el país en que vivo no deja de arrojar un buen porcentaje de sufrimiento permanente y, claro, la desdicha siempre viene del exterior, del otro; quedan incapaces de actuar sobre su propia mente o su conciencia y asumir la vida desde su propia convicción de superar toda carga de negatividad, de freno, de respirar su propia libertad individual.
Vivir en el sufrimiento es propio de toda vida fácil. No hay que hacer nada. Sólo esperar a que pase el idiota que me cuide, me quieran y me den palabras de esperanzas.  Ambos forman el binomio de la esclavitud humana. La cultura tradicional se encarga de que absorbamos todo lo malo y no aspirar nunca a lo bueno. Siempre están atentos de ver de dónde  viene el dardo que herirá (molestará) su ego, lo cual ya será motivo de seguir nutriendo su ser sufriente.  La condición humana pareciera que nunca experimentará  estados de sosiegos y tranquilidad colectivos.  Encontrar cierta serenidad y aceptación en nuestro vivir será permanentemente una riesgosa decisión individual; la felicidad es lo más peligroso en un mundo de sufrientes: la niegan a como dé lugar. La masa sólo aspira a contener desdichados. Un individuo pleno es sospechoso. Ser desdichado cumple con la carta de la cultura en general, sea cual sea esta cultura. 
El sufrimiento humano aparece por la constante flojera de  cada uno de nosotros en darse la tarea de filosofar (explorar!), sobre la condición individual de la mente humana. La mente sólo crea ilusiones, como bien lo han dicho hombres como el iluminado Buda y hasta el explorador del sufrimiento, como lo fue Nietzsche.  Aprender a filosofar es comprender en cómo ir separándonos del apego al sufrimiento como condición de vida. He ahí una materia siempre pendiente  que pocos aprenden a superar. 

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