El mecanismo del sufrimiento
David
De los Reyes
La
inmensa mayoría de individuos sólo hablan
de sufrimiento. Anhelan la felicidad,
albergan esperanzas de encontrar la tierra prometida, se dan a la tarea de
intentar mejorar a los otros pero nunca vuelven caras hacia sí mismos. Los mejores de estos especímenes lo
encontramos en los políticos y en los sacerdotes. Ambos venden esperanza, ambos
se nutren del engaño, ambos viven del sufrimiento, de eso sí están claros. De
ahí que el sufrimiento es la condición necesaria para establecer fuertes
gobiernos incapaces a fuerza de nutrir un horizonte que cada día se aleja más de la realidad del mundo; en el caso de los religiosos de
manejar el sufrimiento en base a declaraciones llenas de ignorancia, de
autoridad y manipulación del sufrimiento. Pero la ignorancia domina al mundo,
qué le vamos a hacer.
El
sufrimiento tiene un mecanismo
particular: nutre al ego. A mayor ego
mayores desdichas. Es la condición
del ser común de los hombres. Sólo se
sienten que son algo o viven gracias a
alimentar en todo instante su mirada sufriente contra el mundo. No conocen su
origen sufriente, no quieren conocerlo tampoco; se lanzan contra lo primero que
encuentren, sin lanzarse contra sí mismos y ver a qué huele su conciencia. La desdicha que cargan a toda hora los hace sentir que
son especiales, requieren la lástima de los otros y los otros les complace
cuidar la lástima de aquellos, sin terminar nunca esa cadena, para permanecer
frenados en ese escalón de la existencia. Sin sufrimiento no serían. Pareciera
que la serenidad se encuentra en una especia de no-ser más que de ser. El mundo
en conjunto nos muestra infinitas formas de existencia tranquila. En el reino
animal los animales no sufren metafísicamente, si acaso el dolor por enfermedad o accidentes, cosa que los humanos
compartimos con ellos de igual forma, pero no poseen el sufrimiento que es la
carga humana que la mayoría arraiga en
su ser. Son sólo porque sufren, he ahí su virtud, he ahí su existencia condenada.
Pudiéramos decir, remedando cartesianamente, que soy porque sufro. La desdicha pareciera convertir al hombre en algo
especial, extraordinario, único.
Gracias
a la desdicha, como niños que para tener la atención de sus padres se portan o
se sienten mal, los hombres encuentran
la atención de los otros; así los cuidan, los protegen, alejan cualquier
hostilidad a la persona desdichada. Y es como adquiere sentido su vida. Hablar
de todo lo malo que ven, de todo lo desdichado que se sienten, de todo el
malestar, del abandono de las instituciones, de lo mal que funciona todo, del
desamparo en que nadan, del
martirio de la época en que les ha
tocado vivir... La lista puede ser infinita. Escuchar cualquier
conversación de la calle en el país en
que vivo no deja de arrojar un buen porcentaje de sufrimiento permanente y,
claro, la desdicha siempre viene del exterior, del otro; quedan incapaces de actuar
sobre su propia mente o su conciencia y asumir la vida desde su propia
convicción de superar toda carga de negatividad, de freno, de respirar su
propia libertad individual.
Vivir
en el sufrimiento es propio de toda vida fácil. No hay que hacer nada. Sólo
esperar a que pase el idiota que me cuide, me quieran y me den palabras de esperanzas. Ambos forman el binomio de la esclavitud
humana. La cultura tradicional se encarga de que absorbamos todo lo malo y no
aspirar nunca a lo bueno. Siempre están atentos de ver de dónde viene el dardo que herirá (molestará) su ego,
lo cual ya será motivo de seguir nutriendo su ser sufriente. La condición humana pareciera que nunca
experimentará estados de sosiegos y
tranquilidad colectivos. Encontrar
cierta serenidad y aceptación en nuestro vivir será permanentemente una
riesgosa decisión individual; la felicidad es lo más peligroso en un mundo de
sufrientes: la niegan a como dé lugar. La masa sólo aspira a contener
desdichados. Un individuo pleno es sospechoso. Ser desdichado cumple con la
carta de la cultura en general, sea cual sea esta cultura.
El
sufrimiento humano aparece por la constante flojera de cada uno de nosotros en darse la tarea de
filosofar (explorar!), sobre la condición individual de la mente humana. La mente
sólo crea ilusiones, como bien lo han dicho hombres como el iluminado Buda y
hasta el explorador del sufrimiento,
como lo fue Nietzsche. Aprender a
filosofar es comprender en cómo ir separándonos del apego al sufrimiento como
condición de vida. He ahí una materia siempre pendiente que pocos aprenden a superar.
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