Una ingeniería social eficaz
para destruir un país
David De los Reyes
Los países caen en la ruina por sus gobernantes. Ese es el caso de unos cuantos en el Caribe. Los gobiernos no saben producir
riqueza, buscar formas de incentivarlas, sino sólo apropiarse, gastar, robar y
mal usar para sus propios intereses de seguir en el poder.
Así vemos cómo Venezuela de ser un país para emerger pleno de bienestar se
frustra su evolución política, social, cultural y económica, y se llega
fácilmente, por la ambición de los grupos que controlan la violencia y la renta petrolera, a una ruina total. Sin
dejar cabida a la dinámica normal de una convivencia, los regímenes totalitarios, como los que gobiernan Cuba y Venezuela, van
dejando, en todo lo que tocan, un estigma de miseria y podredumbre totalmente planificadas hasta en los más mínimos detalles, llegando
hasta los resquicios íntimos de la vida
privada de los individuos dentro de una sociedad.
La planificación del dominio viene dada
por la incorporación de situaciones difíciles de carencias y servicios en la cotidianidad, que se convierten en
permanentes y terminan siendo aceptados como
una fatalidad pública de la que no se puede superar. A ello se agrega la
aceptación por la sociedad para no verse en más conflictos de los que ya se tiene para seguir
sobreviviedo en esta sociedad que marcha
sobre una carrera de obstáculos en el horizonte. Una condición social y
económica que hace que se tenga, de forma
permanente, la búsqueda de obtener lo requerido para la vida, dejando que lo que
pudiera enaltecerla, mejorarla, disfrutarla se reduce a conseguir los bienes indispensables para hacer menos
dura la cotidianidad. No se piensa sino
en cómo obtener lo que se ha vuelto difícil o casi imposible conseguir.
En el caso de Venezuela es patético.
Se ha trasladado a ese país la ingeniería social del castro-comunismo, donde
once millones de personas han sido controladas por unos cientos a costa de reducir su dignidad, su autonomía, su
evolución de una manera sistemática. Nunca la mentira ha sido mejor utilizada
para construir un consenso de sometimiento y amordazamiento. Y es ahora lo que
vive en carne propia la mayoría en el país petrolero por excelencia donde
siempre los vivos allegados a la constelación del poder agarran, y los muertos, casi en vida, han
aceptado para bajar a este infierno caribeño de violencia, enfermedad y pobreza.
La violencia, la carencia de
alimentos, la falta de productos para una gama amplia de actividades económicas, junto al renacimiento de plagas y
enfermedades superadas en el siglo XX, son hechos que se han instalado para el
sometimiento de los individuos por este régimen dictatorial. Seas o no
adherente a eso que han llamado como socialismo del siglo XXI, se vivirá sintiendo que las condiciones y la calidad de vida se han visto
disminuidos a situaciones inconcebibles
como nunca en la historia de esa nación.
Esa es el mar de la felicidad al que se refería un extinto líder de esa tropelía
confabulada vuelto realidad, donde ese mar sólo llegó a ser un pozo séptico.