jueves, 18 de abril de 2013


Del fascismo venezolano

David De los Reyes




Los dirigentes del oficialismo venezolano se llenan la boca con el término fascista para descalificar a todo disidente  ante el régimen militarista  que rige de forma ilegitima  al país. Luego de la  fallida  votación del domingo pasado, 14-04-2013, lo único que se ha visto en las filas del gobierno es la necesidad de la confrontación  con todo aquel  que no haya aceptado de forma sumisa los maleados resultados dados por el Consejo Supremo Electoral. De unos resultados que han puesto en evidencia la división de la población de la nación  en dos francos casi idénticos; no hay una mayoría rutilante en el horizonte  electoral. De ahí la exigencia del conteo manual de los votos por todas las dudas que han surgido por todos los atropellos sufridos y reseñados en la contienda electoral.
Una vez más se ha evidenciado lo que para mí ha sido de anteojito.  Los organismos oficiales se han convertido en verdaderas ramificaciones de toda esta estructura monolítica del llamado socialismo  bolivariano que se concentra en el poder ejecutivo.
Evidencias del clima fascista real está presente en la mayoría de las declaraciones del supuesto presidente electo y del  que pretende pasar por el presidente de la asamblea y sus comilitones. Los reiterativos usos del término fascista junto al de criminales, para coartar, por ejemplo, la libertad de expresión y de palabra de los diputados de la oposición en la asamblea nacional han sido bien elocuentes y comprobables por toda la ciudadanía. Parecieran reiterar lo que realmente han terminado siendo en  todo este periodo de revolución putrefacta: una lava mental de animadversión y odio permanente.
El término fascismo viene del imperio romano. Fue utilizado para el grupo de  soldados de ese estado imperial que portaban lanza y eran una vanguardia militar que se caracterizaba por su crueldad y el uso de la fuerza a toda costa. Eran las fascio. Posteriormente fue utilizado en el siglo XX en Italia para referir al nefasto movimiento nacionalsocialista de Benito Mussolini, el gran fascista delirante, admirador de la historia pasada de Italia, untada de gloria sanguinaria y de un acoso y sometimiento a todos los pueblos del mediterráneo, como es lo propio de todo poder fascista, claro está.  Los regímenes que rinden culto a un líder, al llamado elegido u hombre fuerte,  se pueden caracterizar todos por el uso de la fuerza, la sistemática injusticia, la intensa dosificación del miedo social, el manejo de las leyes a su conveniencia, la militarización de lo civil; la nación como un campo militar o de concentración extendidos a todos sus límites. Además de la persecución, del amedrentamiento y hostigamiento a todo grupo humano que no se pliegue o  comparta la violenta sumisión de los habitantes de un estado exigido por el tirano y el grupo seguidor parasitario que estigmatiza desde el poder a todo aquel que le haga sombra.
Lo que podemos notar es que a falta de ideas, a falta de cultura del diálogo, a falta de cultura política democrática,  los dirigentes militaristas que recorren el país prodigando la revolución fraudulenta y fracasada,  poseyendo en sus manos todos los recursos de la bolsa petrolera de un país endeudado e improductivo, tienen ese calificativo en su permanente vocabulario. No saben tender puentes, no son individuos que hayan aprendido  de la convivencia ciudadana sino sólo la rutinaria vida del cuartel, donde la jerarquía se impone y el mando lleva a establecer quien habla y quien calla, quien grita y ha quien se violenta.
Aquí, en este país del Caribe, nos quieren reducir al mutismo y al permanente asentir a lo que digan las huestes oficialistas: han aprendido bien del régimen cubano castrista. Si no, pues el uso de la violencia fascista oficialista se hace presente, como lo fue vivido por los diputados en la asamblea nacional. Es un gobierno monocorde, un solo sonido, una sola palabra, una sola condición: fascistas, es lo que sale de su boca pues su boca sólo reitera lo que ellos  conscientemente han demostrado ser.  A callarse pues, parecieran decirnos, pues el fascismo  no tolera el espíritu democrático, la polémica de las ideas (pues no las tienen!), la discusión del proyecto de país, la atención de la voz del otro para superar los problemas inminentes de todo tipo,  la alteridad en el poder, la civilidad como condición de vida pública. Las botas y el miedo es lo único que quieren que se oiga y se sienta.  En la triste Venezuela, como en otros países de esta Latinoamérica atrasada, el fascismo está en pie de ataque.
El único y verdadero fascismo que podemos observar es aquel que no quiere medirse en las urnas electorales por medio del conteo de los votos y de un consejo electoral nacional transparente. La fuerza es muestra evidente de su gran debilidad. Condición que ha llevado a la proclamación de una presidencia irrita y ampliamente cuestionable. Ese es el fascismo que vivimos hoy. 

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