Filosofía y consuelo
Para Hegel, como para mí, la filosofía no puede ser un consuelo. La filosofía considera a la realidad como una cosa corrupta, que puede aparecer como
real, pero según el ojo hegeliano tal realidad no es en sí y por sí, no emana
libremente como es en el hombre formado.
Puede decirse que la filosofía llega a consolarnos cuando nos permite
comprender, mediante la razón, la representación que hacemos de una serie de
sucesos que implican absoluta
infelicidad y locura, como son la mayor parte de todo lo que ocurre en el mundo
de los hombres, pudiéramos agregar. Si fuese
solo consuelo bastaría que la
filosofía viniese a ser un sustituto de
un mal o de algo que no debiera suceder; pudiera ser un casi un instinto o
sentimiento reflexionado para invocar un bien. Pero la filosofía debe
ser algo más que consuelo, como ya hemos dicho; es un purificarnos de lo real, un proceder que remedia, ya con enunciarla,
una injusticia inconsciente o aparente, un sacarnos todas las distracciones,
deseos y envidias que engendran nuestro contacto con lo circundante y
reconciliarnos con nuestra razón: ¡trabajo arduo! Para Hegel la razón sería un
indicio de lo divino, debido a su conciencia luterana decimonónica; para
nosotros el logos, lo racional, lejos
de ser sagrado (como también para el venerado Heráclito: hiero logos), nos remite a la simplicidad del despertar de lo
humano que impone las formas a la naturaleza. Así se engendran dos universos,
el que habitamos y pertenecemos por materia y
el otro, el universo de la virtualidad de las formas o ideas, que
construimos a partir de la evolución y conciencia de nuestra potencialidad
racional. De ahí que no busquemos
consuelo en la filosofía, sólo esfuerzo que significa creatividad, y que es
dicha, por vivir racionalmente el segmento temporal que nos ha tocado a cada
uno aceptar. La filosofía no es consuelo, es trabajo en el primer mundo que
tenemos: nuestra mente y las formas que se desprenden de ella irrumpiendo sobre
la corrupta realidad.
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