lunes, 19 de noviembre de 2018


Los gatos de Egipto

David De los Reyes

Dedicado a Hanna y a mis otros recordados canes que   me han acompañado y partido para el más allá

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Me encuentro con la noticia de antropólogos que en Egipto encuentran una tumba  que data de 4500 años donde hallaron una docena de gatos embalsamados. Cuidadosamente colocados y casi en perfecto estado de conservación. Gatos para la posteridad, para  el pasar de las horas por los dioses-reyes en su largo viaje sin retorno y de ultratumba.  Un sentido de pertenencia y de querencia de amo y de soledad. ¿Cómo podrían pasar tantas horas de ocio sin tener un animal al que acariciar y mostrar  afecto, amor  lo cual es una condición más humana que divina? Me encuentro  que despiertan en mi simpatía todos estos  dioses tiranos que se separan de la tierra y se lanzan a otras dimensiones en el sarcófago-nave celestial de las tumbas exquisitas para atravesar hacia la metafísica temporalidad de la eternidad. Son gatos para la  necesidad de faldería, del sentir un ser que nos conmueve y  nos seduce, que si bien no agradece nuestras atenciones  nos busca para que sigamos dándole lo que desean, atención, comida, cama y acercamiento. Eran estos gatos de diferentes tamaños, desde adultos a mininos casi recién nacidos. De varias clases y colores, por decir. Y seguro que estaban cerca de una tumba de una reina más que de un  rey. Gatos que nos hablan de su cercanía en  palacio pero también del gusto que seguramente tenían los humanos de aquel entonces por la compañía de los felinos.
Debo decir que no soy proclive a los gatos. Siempre me han causado alergia respiratoria, sean sus pelos, su polvo, su mirada, su cercanía, su toxicidad o lo que porten sobre sus cuerpos. Por ello no han sido cercanos a mi vida. Sin embargo, no he podido escapar a convivir alguna vez con ellos. No por mi sino por mis diferentes parejas, que han sido amantes de los gatos (más que de mí, claro es). Creo que en la poca experiencia que  he podido tener con los gatos, siento que son más aceptados y buscados por las damas que por los caballeros. De diez amigos  que han tenido animales a su vera siempre ha estado, en el caso de las mujeres, los gatos aunque también los perros, pero en el de los hombres han sido más que todo perros.  He visto que las mujeres tienen predilección por ese animal de pocas cercanías y de pocos apegos. De estar por casa cuando tienen alguna necesidad, pero salir cuando les apetecen. De no venir cuando se les llama y de acercarse cuando quieren ellos  ser acariciados y cargados, mimados o rescatados. Para mí los gatos son animales ariscos, de los que no cesan de ser siempre distantes y nunca convencidos del todo de que tu eres una persona importante para la vida de ellos, aunque convivan contigo. Quizá esa, autonomía la que me hace apreciarlos pero siempre de lejos desde la baranda. Su condición no me deja tenerlos cerca. En mi caso mis mascotas  han sido los convencionales perros, pero sobre todo de raza perdigueros. Siendo mis preferidos  el pointer inglés, los weimeraner y los  bracos. Perros que desde su domesticación siempre han tenido una actividad complementaria con el hombre. En mi puede que mi sentido atávico de caza se me tranquilice gracias a la cercanía de mi perro de muestra. Pero puedo confesar que siendo un pacifista convencido y actuante, nunca he tenido armas en mis manos  y menos una escopeta para salir a cazar. Siempre me han parecido que los perdigueros son animales de lealtad y compañía permanente, siempre jóvenes, siempre atentos y prestos, siempre solicitando que  te encamines a la aventura con ellos, que surques caminos por el campo, que vayas a lugares que puedan oler no sólo a tierra húmeda sino a pájaros y animales, a insectos y roedores. Requieren de tu compañía permanente; siempre a tu lado cuando los has enseñado a convivir cerca de ti. Todo eso no lo tenemos con los gatos, animales solitarios, individualistas extremos, indiferentes a tus peticiones, y  no te acompañarán nunca en tus andanzas por los mundos cerca de tu casa. Prefieren ir solos, mostrando su necesidad de libertad y de autonomía, de ir a donde más les plazca sin pedirte permiso ni darte ninguna última mirada (que pudiera ser la última, gracias a las constantes peleas entre ellos o entre perros y gatos…).  Son animales apropiados a la vida de la ciudad. En cambio los perros nos hacen sentirnos que aún pertenecemos a mundos de aventura, de peligros y de apremios, de campo y de selvas, aunque los saques a caminar al parque cerca de tu casa.
Entre perros y gatos prefiero estar entre perros. Los gatos se los dejo a las damas, que no le interesan mucho la cercanía de  animales aunque siempre los extrañan y  quieren que estén cerca de ellas para sus complacencias.  Como me gusta caminar, además de hacerlo con mi  compañera o con los amigos con los que me encuentro para ello, mi perro  ha sido una buena compañía  que abre la sensación de una fiel cercanía sin palabras,  las cuales no son muchas veces necesarias cuando queremos salir a contemplar despreocupadamente al mundo. Pero la cercanía y la compañía con mis sahuesos que han forjado mis días de vida, han sido una constante comunicación con la mirada profunda de ellos hacia uno y de su entusiasta actitud de movilidad permanente por el simple gozo de quererte acompañarte. Entre gatos y perros prefiero los perros.
Aunque en el antiguo Egipto  hayan embalsamado gatos para ese viaje último de los dioses-reyes al más allá, no me convencerán que tengan que estar  en mi partida. Pero en el “al más acá” lo que más me agrada es estar  acompañado por el fiel y permanente amigo de marras de mi perro.



viernes, 16 de noviembre de 2018


Simulacro y Gracián


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Entro al edificio de mi universidad donde está mi oficina.  Saludo al guardia. Buenos días, digo. Me devuelven mi saludo pero agrega, “ profesor, le advierto que hoy tendremos un simulacro”…”¿Cómo?, pregunto porque no llegué a entender, ¿un simulacro?, repito”, “Sí, un simulacro. A las 9am tendremos que desalojar los edificios y salir a la plaza del frente de la Universidad”. “Ya, comprendo. Es lo que hemos hechos otras veces, como si hubiese un incendio o un terremoto y salir de dónde nos encontremos para resguardarnos de cualquier situación trágica”. –me quedo pensando un recuerdo. “Pero espero que no sea como la última vez, que hicimos el simulacro con un temblor de verdad incluido”. Riéndose el guardia, agrego, “pues sí habrá que esperar que no sea tan real el simulacro”. Resulta que el último simulacro tembló en la ciudad a la hora acordada para el simulacro. Todo un acontecimiento y una coincidencia telúrica con una decisión y acción humana. La tierra escucha. El hombre habla.
Ya entrando al edificio me volví y agregué: “Estaré pendiente”.
Mi oficina queda en el  primer piso de este pabellón. Una oficina  que, en principio, es un vestíbulo para actores pues tiene, además de dos baños internos,  un gran espejo a todo lo largo de la pared, con luces por alrededor de todo el marco. Pero ahí  nos han alojado a seis profesores la  coordinación de infraestructura. ¿Por qué un espacio para maquillaje y trabajo actoral tiene que ser una oficina para profesores que somos de un departamento teórico de la universidad, el departamento de estudios transversales? Pues la respuesta más inmediata es la más obvia. Falta de espacio, crecimiento del número de profesores, y después de todo,  me he acostumbrado a este retirado cuarto con espejos y luces, pues se escucha poco ruido –que para mí es esencial para poder trabajar en mis cosas-, y casi nadie viene a interferir en lo que haces. Los profesores y estudiantes entran  a ratos y los compañeros docentes de la oficina pues están cuando yo me largo para casa o llegan algo más tarde de lo que habitualmente hago yo. Hasta ahora, a mis dos años de trabajar en la universidad, puedo decir, luego de haber ya pasado por tres oficinas compartidas, que esta es la que más me agrada. Tengo además de un pequeño escritorio, algunos textos, y  cosas de  tipo personal,  a mi izquierda está un amplio ventanal que deja entrar una  claridad mañanera y me permite ver hacia el patio central de la universidad para descansar la vista luego de estar leyendo o trabajando por largos ratos.  Además de poderme recluir como si fuera un monje medieval en su estudio de clérigo. Los filósofos, siempre lo he creído, más que seres  asociales, nos gusta la soledad para gozar del entendimiento de los temas que tratamos y disfrutar del movimiento intelectual en nuestra mente de los conceptos y temas que atacamos con la curiosidad y con el amor al saber que vendría a ser lo que nos distingue de cualquier otra aptitud ante el conocer. Más que la utilidad que pueda proporcionar un saber pienso que lo que requerimos todos los días es tiempo para adentrarnos  con serenidad,  pero a la vez con temple y cierta tensión,  en reflexiones y pensamientos de otros para forjar nuestra propio opinión del asunto que nos trae de marras en el día y ampliar el horizonte de nuestro entendimiento en asuntos existenciales o cognitivos que nos absorben. Por eso este espacio, esta oficina-espejo, que nos han dado a cinco profesores del departamento es para mí ideal. Poca gente, los profesores, como ya dije, llegan en horarios que me han permitido trabajar  en las primeras horas de la mañana que, para mí, como siempre lo ha sido, es el momento más importante del día, donde encuentro la concentración adecuada para volcarme a lo que quiero, a lo que necesito, a lo que amo, que es colmar la curiosidad de todos los  autores o asuntos que requiero atender.
En la universidad, hoy viernes, y a esta hora, pocos estudiantes se ven abajo. Y si teníamos que hacer un simulacro a las 9 am el tiempo ya ha transcurrido y todavía no han llamado. Me digo que quizás no se realice. Mientras esperaba que ello sucediera e interrumpiera  abrazaba  la lectura y el autor que  me atrapa por estos días es el español Baltasar Gracián, ese autor dueño de un gran pensamiento agudo y de una obra que debe interesar a todo aquel que ama el idioma castellano y lo que ha producido  intelectualmente el siglo de oro. También porque vendría a ser un autor retirado en su tiempo,  atento a su obra y, por lo que uno encuentra en sus páginas, un continuador de una  tradición escolástica que se adentra  a presentar los cambios que se operan  en su días dentro de la vida cotidiana y profana, junto a un gran conocimiento del uso del idioma y de sus posibilidades conceptuales para expresar las emociones y las observaciones de  la vida, tomando ejemplos de autores clásicos tanto latinos, griegos como de los teólogos y santos cristianos.
Su texto “El arte del ingenio” es el que tengo frente a mis ojos, y nos permite comprender el interés lexicográfico y conceptual como retórico y poético que detiene su reflexión para su momento. En cómo  el concepto, la palabra, va esculpiendo el alma a partir de las diferentes relaciones causales,  de efecto, comparativas, disyuntivas, entre otras, que son las categorías que se manejan en la filosofía desde la antigüedad y que luego se ampliaran en la modernidad racionalista de la filosofía moderna.
Escrito esto pues tengo que detenerme aquí. Ahora sí, están solicitando a desalojar el edificio. Llegó el Simulacro. Escucho los megáfonos diciendo que evacuemos el recinto. Detengo mis palabras aquí. Aunque aún no han abierto la puerta para pedirnos  salir (llegó una de mis profesores compañeros). Mentira…acaba de  abrirse la puerta y dejar ver la cabeza del guardia advirtiendo lo que ya sé que debo hacer. Me voy, salgo…hasta pronto…Gracián tendrá que esperar. Me lleco las últimas palabras en mi simulacro:

"Tiene cada potencia un rey entre sus actos, y un otro entre sus objectos; entre los de la mente reina el concepto, triunfa la agudeza. Entendimiento sin conceptos es sol sin rayos; y quantos brillan en las celestes lumbreras son materiales comparados con los del ingenio"...."Lo que es para los ojos la hermosura y para los oídos la consonancia, esso es para el entendimiento el concepto".

En: Baltasar Gracián: Obras Completas. Ed. Aguilar. p.1166

viernes, 9 de noviembre de 2018


Del Kant Kant de la mañana…

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La mañana de hoy viernes he pensado en varios temas. Llegué y encontré en mi correo un artículo en inglés sobre la historia de los monstruos que me pareció revelador.  Una lectura en inglés en la mañana no cae mal, y esta de los seres que han proporcionado miedo y destrucción en y para la imaginación de la humanidad, es como un buen bocado para el inicio del trabajo intelectual.  Los monstruos son monstruos par el hombre, para ellos no tienen nada de deforme. Sólo el hombre los designa, los apunta y los elimina.   Preparar un té para despertar algunas neuronas dormidas aún y atenuar la frialdad del ambiente de la pesadilla del aire acondicionado (como diría Henry Miller) es una formalidad de todos los días. En la soledad de mi escritorio comencé en lo que llevo varios días haciendo, releyendo a la Crítica del Juicio de Kant, con la que me divierto reflexionando en cómo  verían los ojos de Kant este mundo tan multisápido  de mal gusto,  chorreante de objetos de consumo para botarlos al momento posterior y donde el genio estaría, prácticamente, fusilado, por aquello de querer seguir sus propias reglas y no las reglas que están acordadas desde el Big  Brother  con quien está arrimada tu vida. A la par de ello entraron un funcionario y unos  jóvenes que venían a presentar un performance en la universidad, pues estamos en la semana de las acciones artísticas  por cualquier espacio  que sirva para colocar  acciones estéticas. Me preguntaron su podían cambiarse. No tenía muchas alternativas, pero  siempre  he sido solidario con los artistas, por sus esfuerzos, sus esperanzas, sus propuestas, sus ingenuidades y por todo ello  fueron recibidos y alentados a cambiarse de atuendos, de colocar sus cosas por donde pudieran y que usaran los baños. En eso seguía con mi Kant. Tomando frases que hoy se me harían  difíciles de darles un sentido comprensible para mis estudiantes. El mundo ha cambiado, y no ha tomado en cuenta para nada las teorías estéticas (¿las epistemológicas si?) respecto a su sentido de la belleza, de la naturaleza, del genio, de la  obra de arte y de su minucioso sentido de la argumentación dialéctica. En Kant  comprendemos que el genio como un talento natural,  apenas formado, que  da reglas al arte. Una especie de bárbaro que propone colocar la mesa al revés y servir la comida al derecho. Un talento como cualidad innata, original, prístina productora del artista. El genio como una disposición de ánimo que impulsa la originalidad por donde se cuela  y descubre a la naturaleza en la regla del arte sacada del fondo de sí. Leo esas palabras y encuentro hasta qué punto comprendió el aséptico Kant la condición del artista y del genio, el cual, por lo general, es un ser insoportable de vanidad y de orgullo, de complicación personal que incurre a veces en aislamiento ermitaño o de la necesidad de ser rodeado de sumisos admiradores por cualquier lado. El genio, a diferencia de lo que se propicia hoy en cualquier instituto de arte a cualquier nivel, advierte que el artista genial recibe sus reglas de la naturaleza, obteniendo un poder activo en su inteligencia de la que debe emerger una libertad que propone una  dote  natural legisladora.  Un Kant casi ahistórico, donde el artista pareciera que antes de haber recorrido por los pasillo de la historia del arte y de la adquisición de técnicas (que deberá escudriñar, reflexionar, quebrantar, negar y hasta reestructurar y reponer), no haría falta. Una visión bastante ingenua de la labor del trabajo artístico y del arduo sentido que el artista debe transitar para lograr su propuesta  ante un mundo indiferente y aberrante, absorbente y aniquilador de cualquier diferencia ante lo común.
Tengo hambre, marcho a almorzar. ¡Buen provecho!

jueves, 8 de noviembre de 2018


Reflexión del día

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El día está lleno de eventos. Estamos en la semana en que se presentan una serie de actos artísticos en los espacios de la universidad a la que pertenezco.  Como profesor de una universidad en Latinoamérica (o del mundo en general, podríamos decir), una de las políticas de la academia actual es sacarla  a la calle, hacia la comunidad. Una intención loable, una  propuesta que alimenta la formación, la cultura de la ciudad en la que se haya inscrita la institución. Pero ¿por qué no tengo la menor gana de salir  de mi oficina y adentrarme en alguno de los eventos que se están dando en este momento, como conferencias, talleres, películas, conciertos, etc.? La apatía e indiferencia ha rodeado mi espíritu que buscó al arte en algún momento.  “La voluntad la tengo  minada”, me digo. A  mis años las ganas de la novedad y de las propuestas jóvenes en el arte me dejan indiferente y despiertan un sentimiento de distanciamiento. Para mi presente particular, me seducen más las formas antiguas, las creaciones pasadas, las músicas originales, los cuadros con rigor y habilidad artística, por decir lo menos, de muchas expresiones que han alimentado mi trayecto a lo largo del camino de la vida. El haber pasado en nuestra cultura,  de un arte del ojo (o del oído), a un arte del cuerpo como centro a donde deben estar hoy dirigidas las propuestas estéticas de la creación del arte me dejan sin cuidado. Un mundo de experiencia inmediatas tengo frente a mí, que poseo un cuerpo que, más que vivir intensidades perceptuales digitales o pantallísticas, o de coros postmodernos en grupos participativos, o propuestas corporales de  un arte performático (como se refieren a todas estas acciones que desde los años 60 del siglo pasado han ido emergiendo y habitando en los museos de mundo),  un cuerpo –repito- que prefiere la ilación que invoque la obra artística entre percepción, entendimiento y espíritu, conceptos envejecidos y perdidos en el acontecer del lago de la cotidianidad anodina de nuestras sociedad  de masas y de consumos neuróticos. Abordar al mundo con los planteamientos del arte de hoy me van siendo cada vez más distantes, más extraños, menos humanos, más mecánicos, más asertivos. Es toda una sensibilidad fría de los bits.  Quizá hoy no tenga muchas palpitaciones por incorporarme a participar (más que entender) al arte que se da en torno a las propuestas que veo y escucho en esta semana dedicada a las diversas expresiones del arte que acoge esta universidad. Pueda que mañana cambie de opinión, pues es propio de nuestro mundo cambiar de identidad y de posturas. Pero lo que es hoy, -y que esta reflexión SOLO SIRVE PARA EL DÍA DE HOY-, hoy pensamos así, mañana no sabré con certeza a dónde me pueda llevar los aires de los días y de las noches.

jueves, 1 de noviembre de 2018


El Cuatro de Concierto  y su origen
Ramón Blanco


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          Al Cuatro venezolano se le ha hecho a  través del tiempo, varias modificaciones, con respecto a la cantidad de cuerdas, de acuerdo a la clase de música que se ha querido ejecutar: joropo, golpe, etc., pero siempre había mantenido el mismo número de trastes: inicialmente 12 y 14.
          Indudablemente que con el cuatro tradicional, se puede dar un concierto, con las limitaciones que esto implica
          Con la inquietud de conseguir mayores posibilidades para su ejecución, el Dr. Rafael Casanova, en 1974, siendo todavía un estudiante de medicina, pero ya un notable ejecutante del Cuatro, me preguntó si sería posible añadirle tres trastes más al instrumento, pero fuera de la caja armónica.
Cuando perfeccionaba su ejecución con el Maestro Fredy Reyna, éste le había comentado acerca de estos trastes, encima de la caja armónica: pero no había pasado de un comentario.
La pregunta, del entonces estudiante de medicina, Rafael Casanova, fue de si también el Cuatro podría mantener su tamaño promedio - sabemos que hay varios, pero con una mínima diferencia en su tamaño y forma (figura)-. El único cambio fue hacer unos centímetros más largo el diapasón.
Era muy importante la posición del puente, encima de la tapa. Al ser más larga la distancia entre éste y la boca, escogí una que, al mismo tiempo, sirviera para el calibre de las cuerdas tradicionales y para otras que él quería utilizar…

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El primero de Septiembre de 1975, le entregué el Cuatro al Dr. Casanova para su, o no, aprobación.
Al día siguiente regresó a mi taller, para decirme que estaba completamente satisfecho. Lo había probado y mostrado a varias personas; entre ellas a su amigo y colega el Dr. Iván González, que inmediatamente me encargó otro instrumento. A partir de esa fecha se fue popularizando este modelo, hasta el presente; y ha servido para que nuevos estudiantes llegaran a ser unos extraordinarios ejecutantes, que no hubieran podido desarrollar tales facultades, sin esos “simples tres trastes adicionales

Siempre queda la posibilidad de seguir buscando más “novedades”, pero una vez más, esos tres adicionales trastes, sirvieron para que el Cuatro, en manos de verdaderos virtuosos, pudieran ser acompañado por una orquesta sinfónica; y haberse salido de la interpretación de solamente música tradicional; y que ésta, con el “nuevo” instrumento, ha encontrado, a la vez, nuevas variantes y formas de expresión.
         Este es el origen del Cuatro de Concierto que, por mi parte, cuando me encargaban uno, lo nombraba –y lo nombro – “Modelo Casanova”.


Ramón Blanco