viernes, 9 de noviembre de 2018


Del Kant Kant de la mañana…

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La mañana de hoy viernes he pensado en varios temas. Llegué y encontré en mi correo un artículo en inglés sobre la historia de los monstruos que me pareció revelador.  Una lectura en inglés en la mañana no cae mal, y esta de los seres que han proporcionado miedo y destrucción en y para la imaginación de la humanidad, es como un buen bocado para el inicio del trabajo intelectual.  Los monstruos son monstruos par el hombre, para ellos no tienen nada de deforme. Sólo el hombre los designa, los apunta y los elimina.   Preparar un té para despertar algunas neuronas dormidas aún y atenuar la frialdad del ambiente de la pesadilla del aire acondicionado (como diría Henry Miller) es una formalidad de todos los días. En la soledad de mi escritorio comencé en lo que llevo varios días haciendo, releyendo a la Crítica del Juicio de Kant, con la que me divierto reflexionando en cómo  verían los ojos de Kant este mundo tan multisápido  de mal gusto,  chorreante de objetos de consumo para botarlos al momento posterior y donde el genio estaría, prácticamente, fusilado, por aquello de querer seguir sus propias reglas y no las reglas que están acordadas desde el Big  Brother  con quien está arrimada tu vida. A la par de ello entraron un funcionario y unos  jóvenes que venían a presentar un performance en la universidad, pues estamos en la semana de las acciones artísticas  por cualquier espacio  que sirva para colocar  acciones estéticas. Me preguntaron su podían cambiarse. No tenía muchas alternativas, pero  siempre  he sido solidario con los artistas, por sus esfuerzos, sus esperanzas, sus propuestas, sus ingenuidades y por todo ello  fueron recibidos y alentados a cambiarse de atuendos, de colocar sus cosas por donde pudieran y que usaran los baños. En eso seguía con mi Kant. Tomando frases que hoy se me harían  difíciles de darles un sentido comprensible para mis estudiantes. El mundo ha cambiado, y no ha tomado en cuenta para nada las teorías estéticas (¿las epistemológicas si?) respecto a su sentido de la belleza, de la naturaleza, del genio, de la  obra de arte y de su minucioso sentido de la argumentación dialéctica. En Kant  comprendemos que el genio como un talento natural,  apenas formado, que  da reglas al arte. Una especie de bárbaro que propone colocar la mesa al revés y servir la comida al derecho. Un talento como cualidad innata, original, prístina productora del artista. El genio como una disposición de ánimo que impulsa la originalidad por donde se cuela  y descubre a la naturaleza en la regla del arte sacada del fondo de sí. Leo esas palabras y encuentro hasta qué punto comprendió el aséptico Kant la condición del artista y del genio, el cual, por lo general, es un ser insoportable de vanidad y de orgullo, de complicación personal que incurre a veces en aislamiento ermitaño o de la necesidad de ser rodeado de sumisos admiradores por cualquier lado. El genio, a diferencia de lo que se propicia hoy en cualquier instituto de arte a cualquier nivel, advierte que el artista genial recibe sus reglas de la naturaleza, obteniendo un poder activo en su inteligencia de la que debe emerger una libertad que propone una  dote  natural legisladora.  Un Kant casi ahistórico, donde el artista pareciera que antes de haber recorrido por los pasillo de la historia del arte y de la adquisición de técnicas (que deberá escudriñar, reflexionar, quebrantar, negar y hasta reestructurar y reponer), no haría falta. Una visión bastante ingenua de la labor del trabajo artístico y del arduo sentido que el artista debe transitar para lograr su propuesta  ante un mundo indiferente y aberrante, absorbente y aniquilador de cualquier diferencia ante lo común.
Tengo hambre, marcho a almorzar. ¡Buen provecho!

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