Del Kant Kant de la mañana…
La mañana de hoy viernes he pensado en varios temas. Llegué y
encontré en mi correo un artículo en inglés sobre la historia de los monstruos
que me pareció revelador. Una lectura en
inglés en la mañana no cae mal, y esta de los seres que han proporcionado miedo
y destrucción en y para la imaginación de la humanidad, es como un buen bocado
para el inicio del trabajo intelectual.
Los monstruos son monstruos par el hombre, para ellos no tienen nada de
deforme. Sólo el hombre los designa, los apunta y los elimina. Preparar un té para despertar algunas
neuronas dormidas aún y atenuar la frialdad del ambiente de la pesadilla del
aire acondicionado (como diría Henry Miller) es una formalidad de todos los
días. En la soledad de mi escritorio comencé en lo que llevo varios días
haciendo, releyendo a la Crítica del Juicio de Kant, con la que me divierto
reflexionando en cómo verían los ojos de
Kant este mundo tan multisápido de mal
gusto, chorreante de objetos de consumo
para botarlos al momento posterior y donde el genio estaría, prácticamente,
fusilado, por aquello de querer seguir sus propias reglas y no las reglas que
están acordadas desde el Big
Brother con quien está arrimada
tu vida. A la par de ello entraron un funcionario y unos jóvenes que venían a presentar un performance
en la universidad, pues estamos en la semana de las acciones artísticas por cualquier espacio que sirva para colocar acciones estéticas. Me preguntaron su podían
cambiarse. No tenía muchas alternativas, pero
siempre he sido solidario con los
artistas, por sus esfuerzos, sus esperanzas, sus propuestas, sus ingenuidades y
por todo ello fueron recibidos y
alentados a cambiarse de atuendos, de colocar sus cosas por donde pudieran y
que usaran los baños. En eso seguía con mi Kant. Tomando frases que hoy se me
harían difíciles de darles un sentido
comprensible para mis estudiantes. El mundo ha cambiado, y no ha tomado en
cuenta para nada las teorías estéticas (¿las epistemológicas si?) respecto a su
sentido de la belleza, de la naturaleza, del genio, de la obra de arte y de su minucioso sentido de la
argumentación dialéctica. En Kant comprendemos que el genio como un talento
natural, apenas formado, que da reglas al arte. Una especie de bárbaro que
propone colocar la mesa al revés y servir la comida al derecho. Un talento como
cualidad innata, original, prístina productora del artista. El genio como una
disposición de ánimo que impulsa la originalidad por donde se cuela y descubre a la naturaleza en la regla del
arte sacada del fondo de sí. Leo esas palabras y encuentro hasta qué punto
comprendió el aséptico Kant la condición del artista y del genio, el cual, por
lo general, es un ser insoportable de vanidad y de orgullo, de complicación
personal que incurre a veces en aislamiento ermitaño o de la necesidad de ser
rodeado de sumisos admiradores por cualquier lado. El genio, a diferencia de lo
que se propicia hoy en cualquier instituto de arte a cualquier nivel, advierte
que el artista genial recibe sus reglas de la naturaleza, obteniendo un poder
activo en su inteligencia de la que debe emerger una libertad que propone
una dote
natural legisladora. Un Kant casi
ahistórico, donde el artista pareciera que antes de haber recorrido por los
pasillo de la historia del arte y de la adquisición de técnicas (que deberá
escudriñar, reflexionar, quebrantar, negar y hasta reestructurar y reponer), no
haría falta. Una visión bastante ingenua de la labor del trabajo artístico y
del arduo sentido que el artista debe transitar para lograr su propuesta ante un mundo indiferente y aberrante,
absorbente y aniquilador de cualquier diferencia ante lo común.
Tengo hambre, marcho a almorzar. ¡Buen provecho!
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