Los
gatos de Egipto
David
De los Reyes
Dedicado
a Hanna y a mis otros recordados canes que me
han acompañado y partido para el más allá
Me
encuentro con la noticia de antropólogos que en Egipto encuentran una
tumba que data de 4500 años donde
hallaron una docena de gatos embalsamados. Cuidadosamente colocados y casi en
perfecto estado de conservación. Gatos para la posteridad, para el pasar de las horas por los dioses-reyes en
su largo viaje sin retorno y de ultratumba.
Un sentido de pertenencia y de querencia de amo y de soledad. ¿Cómo
podrían pasar tantas horas de ocio sin tener un animal al que acariciar y
mostrar afecto, amor lo cual es una condición más humana que
divina? Me encuentro que despiertan en
mi simpatía todos estos dioses tiranos
que se separan de la tierra y se lanzan a otras dimensiones en el sarcófago-nave
celestial de las tumbas exquisitas para atravesar hacia la metafísica
temporalidad de la eternidad. Son gatos para la
necesidad de faldería, del sentir un ser que nos conmueve y nos seduce, que si bien no agradece nuestras
atenciones nos busca para que sigamos
dándole lo que desean, atención, comida, cama y acercamiento. Eran estos gatos
de diferentes tamaños, desde adultos a mininos casi recién nacidos. De varias
clases y colores, por decir. Y seguro que estaban cerca de una tumba de una
reina más que de un rey. Gatos que nos
hablan de su cercanía en palacio pero también
del gusto que seguramente tenían los humanos de aquel entonces por la compañía de
los felinos.
Debo
decir que no soy proclive a los gatos. Siempre me han causado alergia
respiratoria, sean sus pelos, su polvo, su mirada, su cercanía, su toxicidad o
lo que porten sobre sus cuerpos. Por ello no han sido cercanos a mi vida. Sin embargo,
no he podido escapar a convivir alguna vez con ellos. No por mi sino por mis diferentes
parejas, que han sido amantes de los gatos (más que de mí, claro es). Creo que en
la poca experiencia que he podido tener
con los gatos, siento que son más aceptados y buscados por las damas que por
los caballeros. De diez amigos que han
tenido animales a su vera siempre ha estado, en el caso de las mujeres, los
gatos aunque también los perros, pero en el de los hombres han sido más que
todo perros. He visto que las mujeres
tienen predilección por ese animal de pocas cercanías y de pocos apegos. De
estar por casa cuando tienen alguna necesidad, pero salir cuando les apetecen. De
no venir cuando se les llama y de acercarse cuando quieren ellos ser acariciados y cargados, mimados o
rescatados. Para mí los gatos son animales ariscos, de los que no cesan de ser
siempre distantes y nunca convencidos del todo de que tu eres una persona
importante para la vida de ellos, aunque convivan contigo. Quizá esa, autonomía
la que me hace apreciarlos pero siempre de lejos desde la baranda. Su condición
no me deja tenerlos cerca. En mi caso mis mascotas han sido los convencionales perros, pero
sobre todo de raza perdigueros. Siendo mis preferidos el pointer inglés, los weimeraner y los bracos. Perros que desde su domesticación
siempre han tenido una actividad complementaria con el hombre. En mi puede que
mi sentido atávico de caza se me tranquilice gracias a la cercanía de mi perro
de muestra. Pero puedo confesar que siendo un pacifista convencido y actuante,
nunca he tenido armas en mis manos y
menos una escopeta para salir a cazar. Siempre me han parecido que los
perdigueros son animales de lealtad y compañía permanente, siempre jóvenes,
siempre atentos y prestos, siempre solicitando que te encamines a la aventura con ellos, que
surques caminos por el campo, que vayas a lugares que puedan oler no sólo a tierra
húmeda sino a pájaros y animales, a insectos y roedores. Requieren de tu
compañía permanente; siempre a tu lado cuando los has enseñado a convivir cerca
de ti. Todo eso no lo tenemos con los gatos, animales solitarios,
individualistas extremos, indiferentes a tus peticiones, y no te acompañarán nunca en tus andanzas por
los mundos cerca de tu casa. Prefieren ir solos, mostrando su necesidad de
libertad y de autonomía, de ir a donde más les plazca sin pedirte permiso ni
darte ninguna última mirada (que pudiera ser la última, gracias a las
constantes peleas entre ellos o entre perros y gatos…). Son animales apropiados a la vida de la
ciudad. En cambio los perros nos hacen sentirnos que aún pertenecemos a mundos
de aventura, de peligros y de apremios, de campo y de selvas, aunque los saques
a caminar al parque cerca de tu casa.
Entre
perros y gatos prefiero estar entre perros. Los gatos se los dejo a las damas,
que no le interesan mucho la cercanía de
animales aunque siempre los extrañan y
quieren que estén cerca de ellas para sus complacencias. Como me gusta caminar, además de hacerlo con
mi compañera o con los amigos con los
que me encuentro para ello, mi perro ha
sido una buena compañía que abre la
sensación de una fiel cercanía sin palabras,
las cuales no son muchas veces necesarias cuando queremos salir a
contemplar despreocupadamente al mundo. Pero la cercanía y la compañía con mis
sahuesos que han forjado mis días de vida, han sido una constante comunicación
con la mirada profunda de ellos hacia uno y de su entusiasta actitud de
movilidad permanente por el simple gozo de quererte acompañarte. Entre gatos y
perros prefiero los perros.
Aunque
en el antiguo Egipto hayan embalsamado
gatos para ese viaje último de los dioses-reyes al más allá, no me convencerán
que tengan que estar en mi partida. Pero
en el “al más acá” lo que más me agrada es estar acompañado por el fiel y permanente amigo de
marras de mi perro.
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