Simulacro y Gracián
Entro
al edificio de mi universidad donde está mi oficina. Saludo al guardia. Buenos días, digo. Me
devuelven mi saludo pero agrega, “ profesor, le advierto que hoy tendremos un
simulacro”…”¿Cómo?, pregunto porque no llegué a entender, ¿un simulacro?,
repito”, “Sí, un simulacro. A las 9am tendremos que desalojar los edificios y
salir a la plaza del frente de la Universidad”. “Ya, comprendo. Es lo que hemos
hechos otras veces, como si hubiese un incendio o un terremoto y salir de dónde
nos encontremos para resguardarnos de cualquier situación trágica”. –me quedo
pensando un recuerdo. “Pero espero que no sea como la última vez, que hicimos
el simulacro con un temblor de verdad incluido”. Riéndose el guardia, agrego,
“pues sí habrá que esperar que no sea tan real el simulacro”. Resulta que el
último simulacro tembló en la ciudad a la hora acordada para el simulacro. Todo
un acontecimiento y una coincidencia telúrica con una decisión y acción humana.
La tierra escucha. El hombre habla.
Ya
entrando al edificio me volví y agregué: “Estaré pendiente”.
Mi
oficina queda en el primer piso de este
pabellón. Una oficina que, en principio,
es un vestíbulo para actores pues tiene, además de dos baños internos, un gran espejo a todo lo largo de la pared,
con luces por alrededor de todo el marco. Pero ahí nos han alojado a seis profesores la coordinación de infraestructura. ¿Por qué un
espacio para maquillaje y trabajo actoral tiene que ser una oficina para
profesores que somos de un departamento teórico de la universidad, el
departamento de estudios transversales? Pues la respuesta más inmediata es la
más obvia. Falta de espacio, crecimiento del número de profesores, y después de
todo, me he acostumbrado a este retirado
cuarto con espejos y luces, pues se escucha poco ruido –que para mí es esencial
para poder trabajar en mis cosas-, y casi nadie viene a interferir en lo que
haces. Los profesores y estudiantes entran
a ratos y los compañeros docentes de la oficina pues están cuando yo me
largo para casa o llegan algo más tarde de lo que habitualmente hago yo. Hasta
ahora, a mis dos años de trabajar en la universidad, puedo decir, luego de
haber ya pasado por tres oficinas compartidas, que esta es la que más me
agrada. Tengo además de un pequeño escritorio, algunos textos, y cosas de
tipo personal, a mi izquierda
está un amplio ventanal que deja entrar una
claridad mañanera y me permite ver hacia el patio central de la
universidad para descansar la vista luego de estar leyendo o trabajando por
largos ratos. Además de poderme recluir
como si fuera un monje medieval en su estudio de clérigo. Los filósofos,
siempre lo he creído, más que seres
asociales, nos gusta la soledad para gozar del entendimiento de los
temas que tratamos y disfrutar del movimiento intelectual en nuestra mente de
los conceptos y temas que atacamos con la curiosidad y con el amor al saber que
vendría a ser lo que nos distingue de cualquier otra aptitud ante el conocer.
Más que la utilidad que pueda proporcionar un saber pienso que lo que
requerimos todos los días es tiempo para adentrarnos con serenidad, pero a la vez con temple y cierta tensión, en reflexiones y pensamientos de otros para
forjar nuestra propio opinión del asunto que nos trae de marras en el día y
ampliar el horizonte de nuestro entendimiento en asuntos existenciales o
cognitivos que nos absorben. Por eso este espacio, esta oficina-espejo, que nos
han dado a cinco profesores del departamento es para mí ideal. Poca gente, los
profesores, como ya dije, llegan en horarios que me han permitido trabajar en las primeras horas de la mañana que, para
mí, como siempre lo ha sido, es el momento más importante del día, donde
encuentro la concentración adecuada para volcarme a lo que quiero, a lo que
necesito, a lo que amo, que es colmar la curiosidad de todos los autores o asuntos que requiero atender.
En
la universidad, hoy viernes, y a esta hora, pocos estudiantes se ven abajo. Y
si teníamos que hacer un simulacro a las 9 am el tiempo ya ha transcurrido y
todavía no han llamado. Me digo que quizás no se realice. Mientras esperaba que
ello sucediera e interrumpiera
abrazaba la lectura y el autor
que me atrapa por estos días es el español
Baltasar Gracián, ese autor dueño de un gran pensamiento agudo y de una obra
que debe interesar a todo aquel que ama el idioma castellano y lo que ha
producido intelectualmente el siglo de
oro. También porque vendría a ser un autor retirado en su tiempo, atento a su obra y, por lo que uno encuentra
en sus páginas, un continuador de una
tradición escolástica que se adentra
a presentar los cambios que se operan
en su días dentro de la vida cotidiana y profana, junto a un gran
conocimiento del uso del idioma y de sus posibilidades conceptuales para
expresar las emociones y las observaciones de
la vida, tomando ejemplos de autores clásicos tanto latinos, griegos
como de los teólogos y santos cristianos.
Su
texto “El arte del ingenio” es el que tengo frente a mis ojos, y nos permite
comprender el interés lexicográfico y conceptual como retórico y poético que
detiene su reflexión para su momento. En cómo
el concepto, la palabra, va esculpiendo el alma a partir de las
diferentes relaciones causales, de
efecto, comparativas, disyuntivas, entre otras, que son las categorías que se
manejan en la filosofía desde la antigüedad y que luego se ampliaran en la
modernidad racionalista de la filosofía moderna.
Escrito
esto pues tengo que detenerme aquí. Ahora sí, están solicitando a desalojar el
edificio. Llegó el Simulacro. Escucho los megáfonos diciendo que evacuemos el
recinto. Detengo mis palabras aquí. Aunque aún no han abierto la puerta para
pedirnos salir (llegó una de mis
profesores compañeros). Mentira…acaba de
abrirse la puerta y dejar ver la cabeza del guardia advirtiendo lo que
ya sé que debo hacer. Me voy, salgo…hasta pronto…Gracián tendrá que esperar. Me
lleco las últimas palabras en mi simulacro:
"Tiene
cada potencia un rey entre sus actos, y un otro entre sus objectos; entre los
de la mente reina el concepto, triunfa la agudeza. Entendimiento sin conceptos
es sol sin rayos; y quantos brillan en las celestes lumbreras son materiales
comparados con los del ingenio"...."Lo que es para los ojos la
hermosura y para los oídos la consonancia, esso es para el entendimiento el
concepto".
En: Baltasar Gracián: Obras
Completas. Ed. Aguilar. p.1166
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