viernes, 16 de noviembre de 2018


Simulacro y Gracián


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Entro al edificio de mi universidad donde está mi oficina.  Saludo al guardia. Buenos días, digo. Me devuelven mi saludo pero agrega, “ profesor, le advierto que hoy tendremos un simulacro”…”¿Cómo?, pregunto porque no llegué a entender, ¿un simulacro?, repito”, “Sí, un simulacro. A las 9am tendremos que desalojar los edificios y salir a la plaza del frente de la Universidad”. “Ya, comprendo. Es lo que hemos hechos otras veces, como si hubiese un incendio o un terremoto y salir de dónde nos encontremos para resguardarnos de cualquier situación trágica”. –me quedo pensando un recuerdo. “Pero espero que no sea como la última vez, que hicimos el simulacro con un temblor de verdad incluido”. Riéndose el guardia, agrego, “pues sí habrá que esperar que no sea tan real el simulacro”. Resulta que el último simulacro tembló en la ciudad a la hora acordada para el simulacro. Todo un acontecimiento y una coincidencia telúrica con una decisión y acción humana. La tierra escucha. El hombre habla.
Ya entrando al edificio me volví y agregué: “Estaré pendiente”.
Mi oficina queda en el  primer piso de este pabellón. Una oficina  que, en principio, es un vestíbulo para actores pues tiene, además de dos baños internos,  un gran espejo a todo lo largo de la pared, con luces por alrededor de todo el marco. Pero ahí  nos han alojado a seis profesores la  coordinación de infraestructura. ¿Por qué un espacio para maquillaje y trabajo actoral tiene que ser una oficina para profesores que somos de un departamento teórico de la universidad, el departamento de estudios transversales? Pues la respuesta más inmediata es la más obvia. Falta de espacio, crecimiento del número de profesores, y después de todo,  me he acostumbrado a este retirado cuarto con espejos y luces, pues se escucha poco ruido –que para mí es esencial para poder trabajar en mis cosas-, y casi nadie viene a interferir en lo que haces. Los profesores y estudiantes entran  a ratos y los compañeros docentes de la oficina pues están cuando yo me largo para casa o llegan algo más tarde de lo que habitualmente hago yo. Hasta ahora, a mis dos años de trabajar en la universidad, puedo decir, luego de haber ya pasado por tres oficinas compartidas, que esta es la que más me agrada. Tengo además de un pequeño escritorio, algunos textos, y  cosas de  tipo personal,  a mi izquierda está un amplio ventanal que deja entrar una  claridad mañanera y me permite ver hacia el patio central de la universidad para descansar la vista luego de estar leyendo o trabajando por largos ratos.  Además de poderme recluir como si fuera un monje medieval en su estudio de clérigo. Los filósofos, siempre lo he creído, más que seres  asociales, nos gusta la soledad para gozar del entendimiento de los temas que tratamos y disfrutar del movimiento intelectual en nuestra mente de los conceptos y temas que atacamos con la curiosidad y con el amor al saber que vendría a ser lo que nos distingue de cualquier otra aptitud ante el conocer. Más que la utilidad que pueda proporcionar un saber pienso que lo que requerimos todos los días es tiempo para adentrarnos  con serenidad,  pero a la vez con temple y cierta tensión,  en reflexiones y pensamientos de otros para forjar nuestra propio opinión del asunto que nos trae de marras en el día y ampliar el horizonte de nuestro entendimiento en asuntos existenciales o cognitivos que nos absorben. Por eso este espacio, esta oficina-espejo, que nos han dado a cinco profesores del departamento es para mí ideal. Poca gente, los profesores, como ya dije, llegan en horarios que me han permitido trabajar  en las primeras horas de la mañana que, para mí, como siempre lo ha sido, es el momento más importante del día, donde encuentro la concentración adecuada para volcarme a lo que quiero, a lo que necesito, a lo que amo, que es colmar la curiosidad de todos los  autores o asuntos que requiero atender.
En la universidad, hoy viernes, y a esta hora, pocos estudiantes se ven abajo. Y si teníamos que hacer un simulacro a las 9 am el tiempo ya ha transcurrido y todavía no han llamado. Me digo que quizás no se realice. Mientras esperaba que ello sucediera e interrumpiera  abrazaba  la lectura y el autor que  me atrapa por estos días es el español Baltasar Gracián, ese autor dueño de un gran pensamiento agudo y de una obra que debe interesar a todo aquel que ama el idioma castellano y lo que ha producido  intelectualmente el siglo de oro. También porque vendría a ser un autor retirado en su tiempo,  atento a su obra y, por lo que uno encuentra en sus páginas, un continuador de una  tradición escolástica que se adentra  a presentar los cambios que se operan  en su días dentro de la vida cotidiana y profana, junto a un gran conocimiento del uso del idioma y de sus posibilidades conceptuales para expresar las emociones y las observaciones de  la vida, tomando ejemplos de autores clásicos tanto latinos, griegos como de los teólogos y santos cristianos.
Su texto “El arte del ingenio” es el que tengo frente a mis ojos, y nos permite comprender el interés lexicográfico y conceptual como retórico y poético que detiene su reflexión para su momento. En cómo  el concepto, la palabra, va esculpiendo el alma a partir de las diferentes relaciones causales,  de efecto, comparativas, disyuntivas, entre otras, que son las categorías que se manejan en la filosofía desde la antigüedad y que luego se ampliaran en la modernidad racionalista de la filosofía moderna.
Escrito esto pues tengo que detenerme aquí. Ahora sí, están solicitando a desalojar el edificio. Llegó el Simulacro. Escucho los megáfonos diciendo que evacuemos el recinto. Detengo mis palabras aquí. Aunque aún no han abierto la puerta para pedirnos  salir (llegó una de mis profesores compañeros). Mentira…acaba de  abrirse la puerta y dejar ver la cabeza del guardia advirtiendo lo que ya sé que debo hacer. Me voy, salgo…hasta pronto…Gracián tendrá que esperar. Me lleco las últimas palabras en mi simulacro:

"Tiene cada potencia un rey entre sus actos, y un otro entre sus objectos; entre los de la mente reina el concepto, triunfa la agudeza. Entendimiento sin conceptos es sol sin rayos; y quantos brillan en las celestes lumbreras son materiales comparados con los del ingenio"...."Lo que es para los ojos la hermosura y para los oídos la consonancia, esso es para el entendimiento el concepto".

En: Baltasar Gracián: Obras Completas. Ed. Aguilar. p.1166

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