martes, 27 de marzo de 2012


La Risa

David De los Reyes




La risa  es una expresión que en nuestro presente viene a entrar dentro de los temas que  la filosofía  le dedica su atención. Autores diversos (Schopenhauer, Nietzsche, Bergson, Freud, Berger, etc), se han adentrado en la realidad del humor, de lo cómico, de la risa como una condición  existencial que nos lleva a procurarnos la capacidad de cierta felicidad, bienestar, confianza con los otros, pero sobre todo de humana comunicación.
Ronald Provine ha sido  uno de los psicólogos que por durante  más de una década se ha dedicado a investigar esta situación y a encontrado que la risa vendría a ser la primera forma  que tenemos de vincularnos con nuestros más cercanos; es un recurso que nos vincula antes que podamos hacer uso del lenguaje hablado. El niño, a unas semanas de nacido, comienza a practicar el rictus de la risa y a los cuatro meses, ya establece que la risa le permite obtener atención, cariño, afecto, alimento, y, principalmente, cercanía con su madre pero también con el resto de los seres que le circundan. Prácticamente llega a reírse alrededor de 300 veces por día, pero con la declinación de esta feliz expresión en la medida que va creciendo, que obtiene el lenguaje, que  acomoda sus gestos y conductas a las exigidas por la familia y por la sociedad,  casi apenas vendrá a reírse de tanto en tanto.
La condición de  percibir  lo gracioso de la vida  por cada uno de nosotros es lo que nos dicta nuestro grado de humor desarrollado. Aprender a reír, captar el humor de las situaciones, el saber cómo  la vida no es tan seria como nos la han hecho entender,  que la vida sin cierto grado de comedia  vendría a ser  una tragedia permanente pero sin dioses en ningún Olimpo.
El reírse de uno mismo es otro  de los requerimientos para acentuar nuestro bienestar. Es la agudeza de comprender nuestros absurdos, nuestros derramamientos de angustia, la estúpida tristeza y la melancolía  que nos lleva a  observar la vida todo en negro, (es bueno saber que la palabra melancolía  quiere decir en griego humor negro).
La risa junto a la gracia  de la vida y el desarrollar el humor, son condiciones que tienen un mejor sabor cuando lo compartimos con los otros. Podemos reírnos solos pero su intensidad es más oportuna cuando la compartimos. La risa es siempre vinculante, viene  a ser un buen engrasador de las relaciones sociales.  Al reír juntos compartimos y expandimos no sólo el momento, sino la emoción interna con quien nos acompaña.
La risa en la antigüedad ha estado presente en algunas personalidades y escuelas filosóficas. Entre los más conocidos está el sonriente Demócrito, que  se decía que siempre permanecía riendo de la absurdidad y de la estupidez humana (que según Einstein vendrá a ser, además del Universo, la segunda condición de la existencia de lo infinito). Pero aparte de este materialista que nos decía que la naturaleza aborrece al vacío, nos encontramos con el Sócrates  platónico del diálogo el Banquete, donde al final confesará que la  vida del hombre tiene tanto de trágico como de cómico, y así nos lo deja ver Platón al escribir el Fedón (diálogo donde nos presenta la tragedia del filósofo sobre el alma y la muerte), seguidamente del burlesco Banquete (en que nos da un gran momento de celebración al amor erótico y filosófico a partir de la escusa de compartir una fiesta para celebrar el premio del personaje  Glaucón, escritor de obras teatrales y  el ganador anual de la ciudad de Atenas por su obra teatral). Pero eso no queda ahí, los cínicos serán  una serie de pensadores que recurren al performance filosófico para mostrar la ignorancia y lo absurdo de las convenciones sociales y lo apartado que vivimos de la naturaleza.  No digamos de los epicúreos, donde la risa compartida forma parte del distanciarse del sufrimiento en nuestras vidas. Pero  con carpa aparte del campo de la filosofía estará el gran comediante  Aristófanes, quien con sus comedias (escribió 48, de las cuales sólo quedan once completas y de las demás solo fragmentos), acosará a los hombres públicos en sus excesos, a los dioses en sus mediocridades, al pueblo  en su ignorancia, dando en sus obras un centro de comunión colectivo,  que buscan, por medio de la risa, acercar un sentido educativo y crítico al alma del ateniense de ese entonces, para comprenderse y comprender dónde había quedado el sentido de sus vidas y  qué se le presentaba  en sus vivencias cotidianas como una fuente permanente de comicidad.
La risa en la filosofía y en la cultura del mundo antiguo viene a ser una expresión importante para que el pueblo obtuviese una dosis de distención ante la seriedad del gobierno, de los actos  oficiales, de los ritos religiosos que más que creer en ellos sólo vienen a ser vividos como una formalidad más de la cultura oficial y la tradición. En los gobierno no hay risa, el rictus de seriedad de sus funcionarios nos da muestra del  grado de fracaso con que siguen ocupando sus cargos. Y ello no sólo en lo político sino en lo religioso (donde el cristianismo, el judaísmo y el mahometismo vendrán a prohibir la risa como una condición  humana por tener la calidad de poner en dudas y en gracia el dogma y la idea de Dios). 
La risa es subversiva y no es del agrado del poder. En el poder  su uso es para la humillación. Estamento en que la risa no es gozosa ni compartida, sino que es un recurso de soberbia y de degradación al dirigirla contra aquellos que no vienen a ser simpáticos  ni sumisos ante el autoritarismo abusivo.
La risa, como decíamos al principio,  no ha sido de mucha atención por parte de la filosofía pero  los filósofos la han utilizada como un recurso y defensa para demostrar los límites de la seriedad de la vida y, como nos lo ha dicho el gran Spinoza, no podemos pensar la felicidad sin  estar acompañada de la  alegría  y, por ende, de la risa. Hoy los filósofos  hacen gala de prestar atención a otros temas humanos que no son menos importantes que los tradicionales y tan complejos como aquellos  del ser y de la existencia.

martes, 6 de marzo de 2012


Cioran, el marginal

David De los Reyes



Emil Michel Cioran es un pensador al que siempre vuelvo. Sus palabras nos muestras el lado aborrecible de la vida, de su podredumbre, de su absurdidad permanente, de la emoción a la que nadie puede escapar, a menos que sea un soberano idiota.  Su concepción de la filosofía es un estar en contra de  toda capilla oficial filosófica. Encuentra que lo más importante  de la filosofía está en comprender,  en practicar la sabiduría desde nuestra individualidad y no desde las proposiciones generales y abstractas, desde las modas filosóficas o de las propuestas teóricas insustanciales, que terminan siendo una mala masturbación mental.
Pensador que nunca ejerció ninguna profesión,  sabe que el conocimiento ha pasado a ser un accesorio. La filosofía despierta en él actitudes prácticas y visiones de mundo; lo que estaría en un primer plano ante ella, es en cómo abordar la vida, es decir, la cuestión de cómo podemos soportar la vida con los demás y a nuestra vida. En este maldecidor profesional con estilo, los grandes problemas de la existencia se centran y terminan en esos dos aspectos señalados: en cómo soportar la vida y cómo soportarse a sí mismo. Dos situaciones de las que el pensamiento, y nuestra pesada corporalidad, nunca pueden evadir, por más que vivamos dentro de la perfección mecánica y virtual del mundo autómata actual.  Las aristas de la existencia son frágiles y sobre ellas elevamos nuestro aliento hacia los días que nos suceden precipitándonos hacia  un final del que no sabemos nada, o sabemos todo, es decir, que es el final. 
La filosofía, como una escuela de saber soportar lo aborrecible que podemos ser o lo insoportables que somos,  es una rama en el río de la existencia rodeado por un mundo en el que no hay misiones difíciles sino pasajeras: todo es y está de tránsito. En una realidad donde las respuestas definitivas dadas por la filosofía de gran altura y de gran alcance masivo son el inicio de la sospecha para el pensamiento. Cioran sabe que el peor sufrimiento que nos ha encomendado el existir es tener que soportarse a sí  mismo, cargar con su propia ruina: elogia la frustración. En levantarse las mañanas y decirse  otro día comenzando, tengo que llegar a su fin, soportar la jornada que me espera, aceptar el trabajo de atravesar las horas saliendo ileso de la  misma ruina humana.  Para este rumano la filosofía no se trata de actuar grandes acciones, o de crear nuevas teorías, sino que la filosofía, desde el reducto de nuestro ser, es intentar soportarse en nuestra completa y precaria finitud.
El pensador tendrá que posar ante sus ojos, casi  de forma permanente,  esos problemas insolubles  e intentar de vivir como los estoicos, bajo los consejos, por ejemplo, de Marco Aurelio o Epicteto, pero sólo a ratos.  Más que preguntarse por la historia, más que pensar en ser sujeto de ese charco de sangre fulminada por la que creemos vivir con un sentido, nos invita a recobrar la facultad de la contemplación de las cosas. El hombre ha olvidado el arte de perder el tiempo inteligentemente.
Se distanció de la filosofía por las largas noches en vigilia que sufrió cuando tenía alrededor de veinte años. Su adoración por la filosofía, por el lenguaje filosófico -que siempre lo perturbó-, era una superstición. La filosofía no pudo ayudarlo a pasar las noches en vigilia, y con ello perdió su fe en ella. 
También nos advierte que la filosofía nos lleva a hincharnos de orgullo, dándonos una idea falsa de nosotros mismos. Al leer a Kant, a Schopenhauer y otros pensadores sentía la sensación de ser un dios, lo cual tenía algo de monstruoso. No es raro que afirme que la filosofía engendra un desprecio total hacia quienes están fuera de ella, por eso es peligrosa en ese sentido. Hay que conocerla para superarla. Lo que cuenta ante todo es el contacto directo con la vida. 
Los griegos son a los únicos que observa  como verdaderos filósofos.   Es un gran admirador de Diógenes  y de los cínicos, de Epicuro en la simplicidad de su jardín, del ejercicio de permanente búsqueda y ascetismo del caminante y guerrero Sócrates.  Encuentra en ellos una vida que comprende una unidad en conjunto, la cual desapareció en la posteridad. Y nos habla que parte de esa pérdida de realizar una vida para y por la filosofía  se debe a la profesionalización de  ella, de reducirla a los ámbitos de la universidad. La universidad liquidó la filosofía. No totalmente, tal vez, pero casi…,  nos afirman sus palabras. Encuentra que la filosofía no tiene un objeto de estudio y lo peor es hacer de ella misma su propio objeto. La filosofía debe ser algo personal y permanentemente vivido por aquel que se acerca a ella. Es un volver a las expectativas socráticas de hacer filosofía en la calle, imbricar la filosofía con la vida. Cioran se consideraba un filósofo de la calle, tomando la mayor distancia ante toda filosofía oficial, de capilla, de carrera, de tendencias, de modas. Su aptitud como pensador fue rebelarse ante ese pasticho generalista de jerga abstracta y  mezcolanza intelectual. Se  consideró un pensador privado, en el sentido literal del término. Alejado de todo tono serio y del pensamiento impersonal;  advierte a todo profesor de filosofía que se nos paga para ser impersonales. Terminamos siendo gente que  hablamos de ontología,  de la problemática de la totalidad, etc.
Un pensador tiene que elevar su voz de forma independiente, sin una doctrina con qué identificarse, sino de un pensamiento a expresar en conflicto y en diálogo. Pensar desde sí para sí;  practicar el desapego a lo tribal, no depender de nadie ni nadie de mí. Hacer nuestro ejercicio filosófico desde los planos de parquedad y ascesis no comprometida con credos multitudinarios.
Cioran fue un hombre que siempre se mantuvo al margen de la sociedad. Un ser marginal, que no actuó como los demás, y su vida fue el intento de comprender algo de verdad, como lo fueron los filósofos de la antigüedad, cosa que no interesa para el tren del progreso humano.