lunes, 17 de octubre de 2011



La vida como simulacro
David De los Reyes



Nuestro mundo desde finales del siglo pasado ha cambiado nuestra percepción. No es lo mismo percibir en la realidad una gallina picoteando el piso frente a nosotros que observar la misma acción sobre una pantalla. En ambas percibimos una gallina pero en una estamos en lo que hasta ahora hemos llamado realidad y en la otra, la gallina virtual o mediática, estamos ante un fantasma, o como ha dicho Baudrillard, ante un simulacro.
El simulacro ha llegado a ser lo significativo para nuestras vidas, reemplazando el contacto y la vivencia  perceptual con el orden externo a nosotros, el cual forma lo que hasta ahora fue llamado como naturaleza. Hoy el hombre es naturalmente virtual y virtualmente natural. Naturalmente virtual porque todos los ambientes en que  habitamos está afectados, construidos, constituidos y dirigidos en función del mundo representado por la virtualidad, vivimos bajo el signo de la virtualidad, o de sentir sólo nuestras vidas en la medida en que entramos en relación con la desintegración y reconstrucción de la realidad por medio de la digitalización de todos los órdenes de la vida.
Y a la vez nos encontramos sumergidos en la virtualidad como si fuera ya la condición natural por la que transita y se interrelaciona nuestra vida con los otros. La vida ya no sólo se determina por la ilusión de la conciencia, que potenciaba nuestra imaginación llegando a permanecer en una vida sumergida en el sueño o delirio que nos controlaba, sino por una conciencia habitada y nutrida, habituada y  limitada por la ilusión digital; hoy ya ni los sueños nos pertenecen sino que se lo hemos donado al reino no de la imagen (en tanto metáfora), como diría Lezama Lima, sino al reino del simulacro, de la pantalla.  Conciencias repetidoras de afanes de consumo, de afanes de poder, afanes de anclarse más en una imagen que en la experiencia del ser y en el experimentarse en tanto individuo.
Más que ser sujetos productores de discursos la humanidad está entrando a ser un sujeto  encapsulado en los discursos y sus variaciones: discursos lingüísticos, iconológicos, imagológicos, etc. El discurso nos entretiene y le da sentido a una vida que de lo contrario tendría que enfrentarse con el absurdo y nos llevaría a una asfixia generalizada. Pareciera que la luz de la humanidad comienza no con el alba del día sino con el pase de un interruptor, con la pulsación de una tecla, con el touch sensiblemente digital. Hombre digitales, ha dicho Negroponte a este ser digital por los cuatro costados del planeta.  Aristóteles decía que la condición para darse el encuentro con lo social estaba en la posesión del lenguaje. El lenguaje nos da la estructura de lo social  a partir de su vivencia y captación en nuestras mentes.  El lenguaje de lo virtual nos ha hecho colapsar y someter lo social dentro del reino desterritorializado  de las imágenes a velocidad luz. Nuestra estructura linguística ya no remonta a las palabras o a los conceptos sino a los conceptos traducidos en imágenes que destronan lo social puntual por la pecera global del mundo digital informatizado.
Se tratará de aprenhender a vivir la percepción de lo aparente en tanto condición ontológica imaginaria de vida. Si Nietzsche impulsaba el vitalismo  y el alegre saber (gay saber), contra la vorágine cristiana presentada en las filas de la humanidad occidental,  ahora más que nunca la humanidad occidental está asentada entre la ilusión colectiva perceptual del mundo  en  el cual encontramos siempre en todo discurso presente entre pantallas un resorte interesado  que pulsiona  un batido emocional universal. El urbi et orbi ahora está más presente que nunca. El rebaño ganó la partida y los amos siguen en el poder inútil.
Ya no podemos hablar de un trabajador poseedor de una fuerza de trabajo sino de una fuerza virtual de adaptación, junto a sus cambios y sus vaivenes, dispuestos a los pulsos cambiantes de las tecnologías y de las ganancias de las multinacionales  de la tecnología informática. Y quien no se monte en este tren digital no  llegará  muy lejos, esa es la condición del absurdo  reinando por doquier.
Sin embargo pareciera que nuestras vidas se debatieran en aceptar o no este telar digital en el que, como una invisible telaraña, estaríamos esperando a ser devorados por el monstruo inextricable con fuerzas invisibles.  Sus efectos lo han sufrido muchos, y no digamos en cómo pasa por la economía, donde las crisis (desde el año 2008), que han enfrentado los países desarrollados se deba quizás a esta fractura en la factura laboral del sector productivo real; fractura debido a esta digitalización rampante, en que los economistas (los nuevos  tiranos desde los centros financieros o de los tiranos montados en el poder político por vía democrática), juegan con las vidas humanas como si estuvieran ante un video juego global sin importar, ni responsabilizarse, por los efectos colaterales humanos. Es la nueva educación, que se centra más en la información y manipulación de aparatos (ergo imágenes=discursos), que en el encuentro con el contacto humano, con sus miserias y sus alegrías, sus desencantos y sus conflictos; donde se mide todo por el rasero de los cuadros computarizados; espacios virtuales donde las personas se han perdido como partículas cuánticas en un espacio para el observador.  Toda una efervescencia  virtual puramente especulativa. Del intercambio de mercancías entramos a la circulación del discurso como  única mercancía.  De un valor de cambio y uso a un valor centrifugo imagológico de velocidades de uso en las área de las comunicaciones y de la información.  Somos lo que consumimos, es decir, pura virtualidad centrífuga.  


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