martes, 4 de octubre de 2011

Sobre el Dolor

David De los Reyes


I
Marina (2001:27) refiere que  hay una serie de preguntas especiales que siempre se han hecho los hombres. Entre ellas nos encontramos con el interrogante sobre el origen de las cosas,  la muerte y, sobretodo, sobre el dolor.
Respecto a la existencia del dolor desde el balcón de lo sagrado, a partir de lo cual emergen las divinidades, se nos presenta siempre con un valor ambiguo: admirable y terrible. Por tanto siempre resulta concluir si ello es, en definitiva, buena o mala.
En todas las culturas encontramos con un tiempo mítico dorado, donde la imagen del Paraíso emerge como condición del establecimiento de esa realidad amenazada con desvanecerse; y en el cristianismo lo representa con la expulsión de nuestro ascendente Adán. Son los tiempos míticos en que las cosas fueron creadas  perfectas. El mal se inicia con la elección del pecado por los primeros hombres y de ahí el comienzo religioso del sufrimiento, del dolor y de la condición caída del resto de la humanidad. Sólo: Se vuela de las llagas el que nunca recibió una herida. Shakespeare, Romeo y Julieta,  II.2.

El hombre, especie compleja y con cualidad distintas al resto de los seres naturales, al manifestarse como poseedor de la razón, le otorga ello el poder prever su propio dolor (el cual muchas veces es precedido por un agudo dolor intelectual), como puede ser el caso de prever su propia muerte, aun cuando anhele seguir viviendo. Pero la razón también le otorga el poder de infringir  muchísimo más dolor del que sin ella podrían haberse causado  unos a otros y al resto de los seres vivos.  El archivo de la historia nos ilustra muy bien las acciones emprendidas respecto a esto, como lo conocemos por eventos tales como: guerras, crímenes, enfermedades y terror. Tal situación es alternada con ciertas dosis de felicidad, mientras espera el nuevo capítulo angustioso de la historia universal, local o individual, en que pueda perderla.



II
Del Dolor y el Cristianismo
El cristianismo  más bien crea el problema del dolor, en lugar de resolverlo, ya que   éste no sería problema alguno, a no ser que, junto con nuestra experiencia cotidiana de este mundo doloroso, recibiéramos la certeza de que la realidad esencial es justa y amorosa, (Lewis:25).
Sin embargo si tratamos de excluir  la posibilidad de sufrimiento que por el orden de la naturaleza y la existencia de ser una voluntad libre implica,  encontraremos que hemos negado a buena parte de la vida misma.
La concepción religiosa prescribe que el hombre, como especie, por la caída del Paraíso de la mitológica pareja Adán y Eva, se deterioró y que el bien, en su estado  presente del hombre actual, debe significar un bien principalmente correctivo o reparador, purificador.  Y el dolor juega un lugar para obtener esa corrección de traspasar a vivir en la ambigüedad entre el bien y el mal.
Lewis nos dice que la posibilidad del dolor es inherente a la existencia misma, en un mundo donde las almas (léase los individuos), pueden conocerse. Cuando las almas (individuos), se vuelven malvadas, sin duda utilizan esta posibilidad para herirse unas a otras, y esto, quizás, explique las cuatro quintas partes de los sufrimientos del hombre (1991:92). Este autor advierte que son los hombres, y no Dios, quienes han inventado los potros de tortura, látigos, prisiones, esclavitud, bayonetas y bombas de todo tipo; eso debido a la avaricia y a la estupidez humana, que es casi infinita, y no a la mezquindad de la naturaleza, que tenemos pobreza y fatiga. Sin embargo, hay sufrimiento que no puede ser atribuido a nosotros mismos.
La intensidad del dolor nos da o cierto  gusto o completo disgusto.  El dolor menor, a cierto nivel de intensidad, no se resiente y puede ser hasta aceptado por un tiempo; hasta puede llevarnos a suprimir la conciencia  de llamar a eso dolor como tal.  Pero el dolor puede distinguirse de dos maneras: a) como un tipo especial de sensación, probablemente trasmitido por las fibras nerviosas especializadas, e identificadas por el paciente como ese tipo de sensación, ya sea que este le agrade; b) cualquier experiencia, ya sea física o mental, que desagrada al paciente. Podemos notar que todo dolor en sentido A se vuelve  en el sentido B, si se sobrepasa cierto nivel de intensidad baja, pero los dolores en sentido B no son, necesariamente, los del tipo A. El B es sinónimo de angustia, sufrimiento, tribulación, adversidad o dificultad y de ello se deriva el problema como dolor.
El dolor es un mal desenmascarado, inconfundible; todo hombre sabe que algo anda mal en él cuando está sufriendo. No es sólo un mal inmediatamente reconocido, sino un mal imposible de ignorar. El dolor nos insiste que debe ser atendido el mal causado en nosotros. El dolor es un megáfono para despertar a un mundo sordo. 
Ahora, el dolor, como ampliación del sentido de lo divino,  se convierte en un instrumento terrible; puede conducir a la rebelión final contra lo sagrado sin ningún tipo de arrepentimiento, pero otorga, por otra parte, al hombre que actúa bajo la maldad, la posibilidad de enmendarse. El dolor nos descorre el velo de nuestra existencia, implantando la bandera de la verdad existencial en la muralla del hombre rebelde.
El dolor destroza una primera  ilusión, la de que todo está bien. La segunda, destroza la ilusión de que lo que tenemos, ya sea bueno o malo en sí mismo, es nuestro y suficiente para nosotros.

Hay una verdad que se torna evidente para la virtud aristotélica, esta es que cuanto más se vuelve el hombre virtuoso, más disfruta las acciones virtuosas. Para Aristóteles todo lo que es intrínsecamente correcto puede ser agradable; quedando la situación en que, cuanto mejor sea un hombre, más se agradará a él mismo
El dolor hiere, es lo que la palabra significa. Para el cristianismo, gracias al sufrimiento que experimentamos y vivimos, podemos llegar a ser mejores; ello no es increíble. Lo que no podemos mostrar si esto es o no preferible. Si no pasara esta negación emocional de nuestra vida presente, el dolor mismo no tuviera valor alguno. Para el cristianismo, gracias al dolor y al temor, el individuo regresa a su partida original, que es  el retorno a la obediencia y a la caridad, condición requerida en esta religión. La condición  de amar a los hombres, exigida por esta corriente religiosa institucional, no es en tanto que puedan ser naturalmente agradables,  sino porque son considerados hermanos al pretender que  la especie animal hombre, es creación de dios.
Por otra parte, se conoce casos de una gran belleza de ser en aquellos cristianos que  han sufrido intensamente. Hombres que se han vuelto mejores, y no peores, en el correr de los años,  luego de haber experimentado tal condición emocional de forma intensa; el dolor ha provisto a muchos de tesoros de fortaleza y mansedumbre pero también de resentimiento. Comprendiendo así que el mundo se torna, gracias al dolor, en un valle de formación de almas para el cristiano.
La experiencia del sufrimiento  no es asumida, entonces,  como algo bueno en sí. Lo bueno de dicha experiencia es que, por medio de ella, puede conseguir abandonarse a lo que piensan, que es la voluntad de dios, en los espectadores, la compasión y la misericordia a que los conduce (idem:114). La misericordia ayuda al bien de su prójimo, cumpliendo lo que ellos piensan que es la voluntad divina. Un hombre cruel lo que hará será oprimir a su prójimo, haciendo simplemente el mal. En esta concepción encontramos que su centro es dirigirse a obtener un efecto redentor por medio del sufrimiento, el cual consiste, en buena parte, a someter la voluntad rebelde ante lo absoluto, (ídem:116) .
Tomás de Aquino advirtió que el sufrimiento, tal como Aristóteles dijera de la vergüenza, que era no bueno en sí, sino algo que  podía poseer, en particulares circunstancias, una cierta bondad. Es decir, si el mal está presente, el dolor de reconocerlo, al ser un tipo de conocimiento, es relativamente bueno, ya que la alternativa es que el alma ignorase el mal, o ignorase que el mal es contrario a su naturaleza; cualquiera de ellos, dice el filósofo, es manifiestamente malo[1].Y me parece que, aunque nos haga temblar, estamos de acuerdo. El exigir que dios deba perdonar a tal individuo, mientras éste continúa siendo lo que es, se basa en una confusión entre disculpar y perdonar. “Disculpar un mal, es simplemente ignorarlo, tratarlo como si fuese bueno. Pero el perdón necesita ser aceptado y ofrecido, si es que ha de ser completo, y un hombre que no admite culpa, no puede aceptar perdón”, (Lewis, 1991:126). Esta es la visión cristiana del sufrimiento y del pecado. Ante todo habrá que admitir la culpa para alcanzar la superación del sufrimiento mediante el perdón de los pecados. Y recordar lo que nos dice Pablo, el cual es uno de los mejores eslóganes publicitarios de la religión cristiana que ofrece, como pompas de jabón, a sus seguidores: Yo estoy persuadido, dice Pablo, de que los sufrimientos de la vida presente no son de comparar con aquella gloria venidera que se ha de manifestar en nosotros, (ver: Romanos, 8:18).
Entre las condiciones que exige la visión cristiana del sufrimiento es su fuerte compatibilidad de  dejar el mundo mejor de lo que lo encontramos. Mandato que el mundo del cristiano pareciera negar  en todas sus obras ante ese mismo mundo.


[1]Summa Theologica, 1,IIae, Q.xxxix, Art.i.


Bibliografía:


Marinas, J. 2001: El dictamen de Dios. Anagrama, Barcelona.
Lewis, C. 1991: El problema del dolor. Editorial Universitaria, Santiago de Chile.

No hay comentarios:

Publicar un comentario