lunes, 9 de enero de 2012

Del Delta del Orinoco y sus peligros

David De los Reyes

Fotografía de Roberto Mata




 Estos días he viajado por uno de los territorios venezolanos menos conocidos a nivel nacional. Este territorio es  el fin del largo trayecto del río Orinoco. El Delta Amacuro, cuya capital es Tucupita, es un espacio geográfico fluvial, que teje y corta  terrenos inmensos que  están separados del continente por la fuerza indetenible de agua, que lleva  y arrastra una gran cantidad de minerales, organismos y especies animales. El Delta aparenta estar deshabitado pero ocurre todo lo contrario. Está habitado desde hace varios miles de años por los nativos Waraos, los cuales han sabido permanecer con el transcurrir del tiempo   por dichos parajes;  conviviendo  con un habitat vegetal y fluvial, principalmente, y  cohabitan en una tierra que les da la Palma Moriche, especie vegetal abundante en la zona, y de donde han tomando, hasta ahora, su sustento, sus tejidos, sus materiales para el transporte y para sus viviendas.
Ir al Delta es ir a ver grandes canales de agua y vegetación. Los canales o caños que constituyen ese territorio están acompañados de una pared vegetal permanente en su recorrido. Casi impenetrable, casi misterioso, casi permanente.  Y es  casi permanente por todos los peligros que le han estado rodeando desde hace varias décadas, y  en el presente con una mayor avidez de obtención de recursos y beneficios por vía exprés, es decir, sin cumplir con ningún cuido de la vida física y cultural de sus habitantes y del frágil habitat ecológico.
El Delta es un territorio que  ofrece muchas opciones de desarrollo y trabajo. He visto haciendas de ganado, los conucos indígenas,  plantaciones  de yuca, de palmito. Pero sobretodo  he observado que es un territorio que pudiera convertirse en un importante productor de cacao, cultivo que  siempre ha estado presente en ese estado pero que en la actualidad pudiera ser desarrollado de manera extensiva por todo lo que cubre la mano fluvial del Delta: por el  tipo de clima, abundancia de humedad, agua y vegetación de sombra,  que son, entre otros (junto  a una cultura humana agrícola requerida a propagar), elementos apropiados para ese cultivo. Los espacios  y comunidades que se aprecian para ello  están en torno a su capital, Tucupita, pero bajo una buena orientación se pudiera extender a un mayor número de la población indígena y convertirse en eje  y defensa de un habitat  en perpetuo peligro por la consabida avidez de los minerales que  se encuentran en  su subsuelo.
Interés por la explotación petrolera  siempre  se ha visto.  El petróleo  vendría a ser un movilizador económico muy fuerte  ante cualquier otro tipo de planteamiento productivo para la zona. Es seguramente la apuesta que tienen muchos funcionarios del gobierno actual. También  la vía más expedita para el quiebre  del frágil entorno ecológico que circunda a esos yacimientos: naturales y humanos.  La riqueza de este territorio fluvial está en el arrastre y la descarga de todo el material orgánico mineral que conduce al océano Atlántico, el cual viene a alimentar a los bancos de peces de toda esa zona territorial marítima, que también alimenta a buena parte de la población de esta nación.  Hasta ahora, podemos decir, el impacto ambiental ha sido mínimo.  Todavía se pueden ver toninas en sus canales y observar  una salvaje población animal autóctona (la variedad de aves es espectacular).  Sin por ello decir lo mismo respecto al factor humano regional. Sus nativos se han visto acosados y separados de sus territorios naturales, llevando a perder una buena parte de su originalidad cultural, que ha dado vida a la condición de este hombre fluvial autóctono.  La introducción del alcohol ha hecho destrozos y la necesidad de entrar en relación comercial con la civilización los ha llevado a degradarse  constantemente.
El Delta del Orinoco es un espacio de vida. Un reducto hasta ahora intocado en  espacio geográfico por la modernidad y sus conocidos y descontrolados procesos de producción destructiva.  Los nativos lo han guardado por miles de años. Y como dijimos, esos hombres silvestres son los que han recibido una influencia nefasta de la estandarización  de las políticas culturales de inserción, dirigidas por el Estado venezolano y agentes externos.   Se han propuesto, ahora junto con acuerdos conocidos con China,  desarrollar cultivos de arroz, lo cual no es uno de los más ecológicos. La necesidad de crear acciones políticas  para justificar los presupuestos de instituciones  agrícolas gubernamentales  vienen a proponer planes sin realizar  verdaderos estudios de impacto en el ambiente. Pero ¿qué es eso para un país que existe sólo para destruir? Pronto veremos  el destrozo  ambiental del Delta en su apogeo. Comenzarán con el arroz y luego seguirá la explotación del petróleo, el estiércol del diablo, como fue llamado por el preclaro y lúcido venezolano  Juan Pablo Pérez Alfonso, fundador de la OPEP en los años 60 del siglo pasado.
El Delta, y sus nativos, están en peligro.  Y  el peligro fluye a través de sus canales fluviales llenos de riquezas  ecológicas; fluye en ellos el peligro del desarrollo desbordado, incontrolado, inconsciente, impuesto desde ciertos personeros del gobierno, habidos de riquezas sin  detenerse ante el destrozo que causa esa ceguera innatural.   Pero como se dijo, estas son regiones (países) para destruir, hay que viajar de vacaciones al mundo desarrollado para disfrutar verdaderamente del mundo controlado y a salvo.

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