jueves, 7 de febrero de 2013


Del sacrificio de uno mismo

David De los Reyes


Romain Rolland junto a Gandhi

Estos días me puse a leer la biografía de Gandhi de Romain Rolland[1].  El primero un líder hindú, olvidado en la confrontación de las políticas nacionales e internacionales actuales; el segundo un escritor francés, que alentó con su espíritu a muchas generaciones con sus escritos, como su larga novela Juan Cristóbal, o aún la menos recordada biografía de Beethoven en siete tomos, obras hoy que sirven sólo para eruditos, estudiosos o amantes de la literatura romántica de principios del siglo XX.
Leyendo esa obra casi periodística del ascenso de Gandhi por Rolland, me ha suscitado una serie de reflexiones por todo lo que narra respecto a la acción de la resistencia civil, de la no-cooperación (con las instituciones del estado colonial británico para su momento, que era en la década de los años 20 del siglo pasado), y la permanente inteligencia de reconciliación combativa de Gandhi ante las huestes colonialistas, donde siempre esgrimió que ni un gesto de violencia o agresión debían ser despertada en contra del invasor.  Son muchas las frases que pudiera introducir en este escrito, pero las que quiero comentar son las del mismo Rolland al describir cómo veía el mundo para ese entonces, un tiempo sombrío, donde había apenas terminado la primera guerra mundial, junto a sus  las matanzas, y las injusticias humanas estaban también presentes. Pero creo que de manera menor intensas y destructivas como las que podemos leer todos los días en cualquier tabloide que refleje los cruentos acontecimientos terroristas y neocolonialistas, psuedo-revolucionarios y fascistas en la situación mundial.
Para 1920 Rollaind advertía e intuía que la paz estaba lejos. No abrigaba ninguna ilusión de que el mundo iba para mejor; vendría una segunda guerra mundial en Europa. En lo transcurrido a lo largo de su vida sólo había visto mentiras, cobardías y crueldades de la especie humana, y por ello desconfiaba de un cambio en ella. A todo esto no dudaba que a su pesar no podía dejar de amarla. Sabía que hasta en los más viles hay un necio quid Dei, en su condición mística espiritual.
Para ese momento Europa se encontraba en crisis, quizás como ahora pero por distintos motivos a los actuales; antes por el imperialismo nacionalismo de todos los países europeos, ahora por los manejos fraudulentos de banqueros, financistas y políticos en las economías de las naciones. Encontraba en su situación que el siglo XX Europa estaba sometida a un demoledor determinismo  por las condiciones económicas que la aprisionaban. Advertía que a sus ojos eran  siglos de pasiones y errores petrificados que se emergían en torno a las almas de su tiempo, como una dura caparazón donde la luz no tiene cabida ni paso.  Su concepción mística albergaba en su ser que podían vivirse ciertos milagros del espíritu.  La historia nos demuestra que sus rayos  han alumbrado cielos más sombríos que el nuestro, nos dice. Y echa mano a una cita hindú, proveniente del eco del tambor de Shiva: El Maestro-Danzarín, que empeña su mirada devoradora y refrena sus pasos para salvar al universo del retorno del abismo, el cual es uno de los extractos más antiguos de la invocación a ese dios.
Hombre de fe, hombre religioso, hombre devoto, pero comprende lo que le rodea. Las fauces de los tiburones asechan no en los mares sino en ciertos dirigentes en los gobiernos a nivel mundial. He ahí su protesta contra la realpolitiker de la violencia (tanto revolucionaria como reaccionaria, ninguno se escapa a cebar las mismas ideas de destrucción civil por ideales absurdos).  Y  está seguro que todos ellos se mofan de esa fe, lo cual no es otra cosa que mostrarnos la ignorancia que poseen de las profundas realidades humanas. Pueden reírse de él, y les dice que se rían si quieren, pero él siente esa fe. La experimenta escarnecida o perseguida en Europa; hoy pudiéramos decir que en Latinoamérica, en el Medio Oriente, en África, o en la China continental y parte de los países del Pacífico.  Sabe que son pocos los hombres de fe auténtica, no somos más que un puñado. Pero aún si él fuese el único,  y en esto podemos acompañarlo junto a su tumba, comprende que lo propio de la fe  -lejos de negar la hostilidad del mundo- es reconocerla y creer, aún contra ella.
No es una fe monoteísta y de religiones idólatras o de libros santos…, la cual siempre termina en venganza del otro, es una fe que debe crecer en el pecho de cada quien por su búsqueda de una pureza en su ser. Es  una fe en tanto combate centrada en la no-violencia. La no-violencia es el más duro de los combates, es su afirmación y nuestra mirada puesta en alerta. Pues ello significa que el camino de la paz no es el de la debilidad. Tenemos que ser más enemigos de la debilidad que de la misma violencia. Nada vale sin voluntad, sin fuerza, ni el mal ni el bien. Y más vale el mal completo, que el bien enmasculado.  No al pacifismo quejumbroso pues es mortal para la paz; es una cobardía y una falta de fe. Por ello, ante los tiempos que nos ha tocado  vivir a muchos de nosotros, en países llenos de injusticias, crimines, incapacidad gubernamental, represión, acoso, lavado de mentes, propagación de ideologías retrógradas, tecnologías neo-esclavistas del espíritu, nos queda reflexionar sobre sus palabras.
En su escrito sobre la lección que sacamos de Gandhi  nos habla que a todos aquellos que no creen  o que temen ante lo que hay que afrontar que se retiren! El camino de la paz es el del sacrificio de uno mismo, ¡nada más y nada menos! Por ello apenas podemos decir que comenzamos a comprender y aprender a no perder el coraje por la vida que construya la comprensión y la paz entre los hombres y los pueblos. ¡Cuánto no queda por hacer en nosotros mismos!



[1] Romain Rolland, 1956: Gandhi. Ed. Leviatan. B.A.

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